Las horas solitarias, de don Pío Baroja,
publicado por primera vez en 1917, y recientemente reeditado, es una especie de
dietario o libro de notas que recoge algunas de las andanzas de su autor por la geografía española.
Ameno,
cordial, chispeante, despreocupado y sincero como acostumbra, Baroja –que fue,
como tantos escritores, un solitario –
habla de los libros que lee, de las gentes con que se cruza, de las ciudades
que visita y los paisajes que contempla, de las costumbres y comportamientos
que observa al paso...

"Hoy
he ido a San Sebastián con la lista de unas cuantas cosas que necesitaba y de
las cuales no he encontrado ninguna. Para mí, San Sebastián es un escaparate en
donde no hay nada de lo que busco. En cambio de lo que no busco hay mucho, por
ejemplo: curas, frailes y demás gentecilla. [...] San Sebastián es una pequeña
Roma de verano, hay dos o tres monseñores casi constantemente y se ven curas,
frailes y monjas a todas horas y por todas partes".
"Este
señor don Fernando, del que se decía que era protestante, salía al balcón a
leer un libro y echaba migas de pan a las golondrinas, que tenían un rosario de
nidos en el alero. Cuando se marchó don Fernando, el amo de la casa fue con un
palo y quitó todos los nidos. Así que en el diccionario de la infancia tenía yo
estos sinónimos: ‘Protestante: hombre que lee un libro y que le gustan los
nidos de golondrinas. Católico: hombre que no lee nada y tira los nidos de las
golondrinas’".
"Tenía
hace tiempo un tomo con los siete libros de Séneca, traducidos al castellano
por el licenciado Navarrete en una edición antigua. Ya no los conservo. Una
noche bajando del pico de Urbión hacía tanto frío que tuve que quemar a Séneca
para hacer arder unas matas y calentarnos. Yo me resistía, pero los dos amigos
que iban conmigo me convencieron de que era una ridiculez sacrificar nuestros
cuerpos por un libro viejo".