Según una
antigua tradición, recogida en el comentario al Talmud de Babilonia (siglos
III-V), los ángeles se encargaban de ponerles nombres a las cosas nuevas que Dios
iba creando. Ya estaba hecha la primera flor, de color blanco, pero un día Dios
se entretuvo en formar otra con hilos de seda, y un ángel, cuando la vio
acabada, la llamó rosa. Entonces la flor recién nacida, al oírlo, tomó ese
nombre por tan gran cumplido y alabanza que se ruborizó, y por eso se sabe que
las primeras rosas fueron rojas.
Para los poetas, en
cambio, la primera rosa roja floreció el día en que un ruiseñor enamorado, que
se había posado en un rosal para cantar, viendo que aquella a la que iban
dirigidas sus notas no le respondía, se restregó contra una espina hasta que
brotó de su cuerpecillo una gota de sangre.
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