"Son
los pájaros naturalmente las criaturas más alegres del mundo", dice el
poeta Leopardi al comienzo de su Elogio
de los pájaros. "Naturalmente", es decir, por ley natural o propia, no por azar.
Y
continúa luego su alabanza de los cantores de la tierra, que se pasan la vida
aplaudiendo la secreta armonía del universo y la felicidad de las cosas.
Señores
del aire, su reino es el de la alegría, la risa, el vuelo, la ligereza y el
canto, que solo interrumpen cuando llega la tormenta.
Ajenos a
los horrores del mundo, jamás se aburren.
Los pájaros son lo que podría ser el hombre si fuera
feliz, concluye Leopardi, que llevó una vida tan infeliz: véase la entrada de este blog correspondiente al 29 de junio, dedicada a él.
Y en los
últimos renglones, recordando un poema del célebre lírico griego cantor del vino, el amor y otros placeres, escribe: "Anacreonte
quería transformarse en espejo para ser mirado continuamente por su amada; o en
manto, para cubrirla; o en ungüento, para ungirla; o en agua, para lavarla; o
en ceñidor, para que ella lo apretara contra su seno; o en perla, para que lo
llevara en el cuello; o en zapato, para que, por lo menos, ella lo oprimiera
con su pie. Del mismo modo, yo querría, por algún tiempo, ser convertido en
pájaro, para experimentar aquel contento y alegría de su vida".
El pintor Marc Chagall (1887-1985) quería parecerse a los pájaros cuando decía: "cantar como un pájaro, sin teoría ni plan"
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