Seguidores

miércoles, 16 de septiembre de 2015

El estuche

Creo que nunca lo tuve, un estuche, ni de niño en la escuela del pueblo, ni más tarde, ya crecido, en el colegio de los curas, o sea, en el seminario (etimológicamente, el semillero).
A lo mejor por eso, me gustaba, siendo profesor, otear los estuches de los alumnos (perdón, del alumnado), y a veces me quedaba con las ganas de fisgar en alguno: tantas cosas, y tan variadas, se apretujaban allí dentro, y con tal desorden que a veces resultaba imposible cerrar la cremallera y parecía que fuera a estallar por algún sitio. Y una tarde en que tenía a los alumnos (vaya, perdón otra vez) entretenidos en unos ejercicios (por las tardes era preferible eso, hacer ejercicios que no explicar, les costaba concentrarse y estaban ya cansados, las explicaciones mejor para las primeras horas de la mañana, cuando llegaban frescos y despejados, aunque no siempre, los lunes por ejemplo…) me puse a escribir, a escondidas, claro está, y sin que se dieran cuenta, los primeros versos de un poema que luego en casa acabé de pulir y rematar. Es este:

Estuche

El lápiz, alborotado,
exige que le despunten,
y el afilador responde
que lo hará cuando le guste.

El bolígrafo reclama
copiar una frase ilustre,
y la goma pide a gritos
dejar limpios los apuntes.

El kleenex demanda airado
una nariz que le arrugue,
y el typex se desespera
si un error no se produce.

Que su papel es fijar,
el clip con rigor arguye;
y el fosforito murmura
que el subrayado le aburre.

El rotulador, altivo,
por el fondo se escabulle,
y la tijera amenaza
con romper cualquier resumen.

La regla se mide en vano,
según tiene por costumbre,
y el compás denuncia a voces
geométrica servidumbre.

Se lo advierto a quien me escuche:
esto es un desbarajuste.
           
                        (De Cien lecciones de cosas, inédito)

No hay comentarios:

Publicar un comentario