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miércoles, 9 de septiembre de 2015

La buena letra

"En la escuela hay que volver a enseñar lo básico", leo en el periódico. Lo dice uno y se queda tan campante que tuvo en su día, hasta no hace mucho, y durante un montón de años, poder e influencia, pero que, por eso mismo acaso, guardó silencio cómplice un silencio aprobatorio, como el de la administración pública ante los requerimientos ciudadanos, o miró para otro lado, o quién sabe si aplaudió cuando los gobiernos de turno perpetraban cada uno sus propios planes educativos y las patrullas de pedagogos se encargaban de elaborar los correspondientes currículos y programas, oblicuamente redactados en jerga de guirigay.  
Se proponía en esas sacrosantas programaciones didácticas hablo de las referidas a la enseñanza de la Lengua un sinnúmero de objetivos, procedimientos y actividades sobre la comunicación, el funcionamiento de la lengua (la gramática es palabra tabú en esos ámbitos), la expresión literaria, las tipologías textuales (los textos predictivos, los expositivo-argumentativos, los prescriptivos..., a cuál más interesante y atractivo, como se ve, para la sensibilidad de niños y adolescentes), la búsqueda de información y el manejo de las nuevas tecnologías, todo con gran aparato terminológico y pomposa retórica, pero ni una palabra, ni la más leve alusión a lo que tradicionalmente se ha venido considerando signo inequívoco del paso por la escuela: el cuidado de la escritura, el trazo esmerado de los renglones, la buena letra.
Esa buena letra de la que hacían gala las generaciones anteriores, no ya a la Logse de los últimos ochenta, sino a la EGB de los primeros setenta, y muy particularmente las de origen campesino que a duras penas aguantaban en la escuela hasta los catorce años, o acudían a ella por temporadas, cuando las labores del campo o las ocupaciones ganaderas se lo permitían.
Saber hacer bien las cuentas y tener buena letra (escribir sin faltas de ortografía era el súmmum, y cometer más de las permitidas se consideraba poco menos que un deshonor): bastaba con eso, nada había más importante, ningún otro conocimiento podía equipararse a esas dos destrezas, las únicas competencias básicas así las llaman ahora que valía la pena adquirir, el único título del que podían alardear, y en verdad que lo hacían, modestamente y aunque fuera para sus adentros nada más.
A los responsables de los programas educativos y a la clase dirigente pedagógica habría que recordarles el respeto ancestral que en todas las culturas y civilizaciones se ha tenido siempre por la buena letra, o sea, la caligrafía, término este que es anatema y produce sonrojo en el recién mentado establishment.

(Addenda: En China, según el profesor norteamericano Joseph Campbell, especialista en mitología y tomo la referencia de un viejo artículo de Álvaro Cunqueiro, fuente de toda erudición, el respeto por la caligrafía se extendía incluso a los animales, hasta tal punto que si un lobo o un zorro o una serpiente encontraban un papel escrito en el suelo, lo recogían con sumo cuidado y no descansaban hasta que daban con alguien que se lo leyera, y si lo escrito contenía algún mandamiento moral procuraban cumplirlo.)

1 comentario:

  1. Hoy, a un gato que tengo en adopción, pero sin legalizar, le he dejado un papel escrito en el suelo, no mostró interés del lobo, zorro o serpiente, seguiré observándole.

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