Seguidores

miércoles, 27 de abril de 2016

Cervantes y el Quijote (y II)

Es curiosa la manera como el Quijote ha sido leído y entendido o interpretado. Los primeros lectores y en general el público de principios del XVII lo recibieron como un libro divertido escrito para hacer reír. La propia figura del hidalgo manchego y de su escudero Sancho Panza, la flacura del caballo Rocinante, el desenlace final de buena parte de las peripecias y aventuras, las discusiones entre los dos personajes…, todo contribuía a acentuar su carácter risible. Bien es verdad que también algunos encontraron ya entonces en la locura del protagonista rasgos positivos y ejemplares capaces de provocar a la vez “lástima y amistad”, compasión y simpatía.
Junto a esta visión cómica, se destacó y aplaudió también desde su aparición la burla despiadada de las novelas de caballerías que se hacía en el libro. 
Con el paso del tiempo, y gracias al arte de su autor, el Quijote, sin dejar de ser inmensamente popular, fue adquiriendo otras dimensiones. Hasta tal punto que puede decirse que cada época lo ha leído de forma distinta y ha visto en él valores y sentidos diferentes.
A finales del siglo XVIII comenzó a leerse como un libro que, además de ridiculizar las novelas de caballerías, escondía otros significados más profundos. Paralelamente, la figura de don Quijote se fue haciendo más favorable, hasta el punto de que un escritor de la época, Manuel José Quintana, dijo de él que era “el más discreto y virtuoso de los hombres”.
Los románticos del siglo XIX interpretaron que su tema fundamental era el enfrentamiento de los sueños con la realidad, de la libertad del ser humano con los inconvenientes y normas sociales, de lo espiritual con lo material, de la utopía con el orden establecido. De esta manera, de don Quijote se resalta su heroísmo y su lucha contra una realidad que se opone sistemáticamente a sus sueños; ya no es un simple loco, sino un noble idealista que antepone sus creencias a cualquier otra cosa. El fracaso con que terminan sus aventuras y el descalabro final de su empresa hicieron por eso decir al poeta inglés lord Byron que la historia de don Quijote es “la más triste de todas las historias, y tanto más triste porque nos hace sonreír”.
Así es como se han establecido, a grandes rasgos, dos interpretaciones del Quijote, una jocosa, divertida y de risa, y otra más seria y profunda. Estas dos interpretaciones se han hecho extensibles al protagonista, un personaje demasiado complejo para ser considerado únicamente como un loco ridículo.
Las dos visiones citadas no son en modo alguno contradictorias y reflejan mucho mejor lo que el Quijote tiene de obra viva y abierta. Y por ser eso, una obra viva y abierta, alegre y triste, entretenida y seria, continúa siendo todavía en el siglo XXI el gran clásico de la literatura española y uno de los libros más leídos, comentados y admirados de la literatura universal.

Y para que se vea que don Quijote se comporta de forma extravagante pero razona con gran cordura cuando la ocasión así lo requiere, he aquí algunos de los consejos que le da a Sancho cuando este se dispone a partir hacia la ínsula Barataria en calidad de gobernador:

Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey [...]
Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores [...] Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale [...]
 Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico [...]
Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia [...]
                  (Don Quijote, Segunda Parte, cap. XLII)

Anda despacio; habla con reposo; pero no de manera, que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala.
Come poco y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie [...]
Sea moderado tu sueño; que el que no madruga con el sol no goza del día; y advierte ¡oh Sancho! que la diligencia es madre de la buena ventura; y la pereza, su contraria, jamás llegó al término que pide un buen deseo.
                 (Don Quijote, Segunda Parte, cap. XLIII)

                       

No hay comentarios:

Publicar un comentario