Es curiosa la manera como el Quijote ha sido leído y entendido o interpretado. Los primeros lectores
y en general el público de principios del XVII lo recibieron como un libro
divertido escrito para hacer reír. La propia figura del hidalgo manchego y de
su escudero Sancho Panza, la flacura del caballo Rocinante, el desenlace final
de buena parte de las peripecias y aventuras, las discusiones entre los dos
personajes…, todo contribuía a acentuar su carácter risible. Bien es verdad que
también algunos encontraron ya entonces en la locura del protagonista rasgos positivos
y ejemplares capaces de provocar a la vez “lástima y amistad”, compasión y
simpatía.
Junto a esta visión cómica, se destacó y aplaudió
también desde su aparición la burla despiadada de las novelas de caballerías
que se hacía en el libro.
Con el paso del tiempo, y gracias al arte de su
autor, el Quijote, sin dejar de ser
inmensamente popular, fue adquiriendo otras dimensiones. Hasta tal punto que
puede decirse que cada época lo ha leído de forma distinta y ha visto en él
valores y sentidos diferentes.
A finales del siglo XVIII comenzó a leerse como un
libro que, además de ridiculizar las novelas de caballerías, escondía otros
significados más profundos. Paralelamente, la figura de don Quijote se fue
haciendo más favorable, hasta el punto de que un escritor de la época, Manuel
José Quintana, dijo de él que era “el más discreto y virtuoso de los hombres”.
Los románticos del siglo XIX interpretaron que su
tema fundamental era el enfrentamiento de los sueños con la realidad, de la
libertad del ser humano con los inconvenientes y normas sociales, de lo
espiritual con lo material, de la utopía con el orden establecido. De esta
manera, de don Quijote se resalta su heroísmo y su lucha contra una realidad
que se opone sistemáticamente a sus sueños; ya no es un simple loco, sino un
noble idealista que antepone sus creencias a cualquier otra cosa. El fracaso
con que terminan sus aventuras y el descalabro final de su empresa hicieron por
eso decir al poeta inglés lord Byron que la historia de don Quijote es “la más
triste de todas las historias, y tanto más triste porque nos hace sonreír”.
Así es como se han establecido, a grandes rasgos,
dos interpretaciones del Quijote, una
jocosa, divertida y de risa, y otra más seria y profunda. Estas dos
interpretaciones se han hecho extensibles al protagonista, un personaje
demasiado complejo para ser considerado únicamente como un loco ridículo.
Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando
conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.
Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el
buey [...]
Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje,
y no te desprecies de decir que vienes de labradores [...] Mira, Sancho: si
tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para
qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores; porque la sangre
se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la
sangre no vale [...]
Hallen en ti más
compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones
del rico [...]
Si acaso doblares la vara de
la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia
[...]
(Don Quijote, Segunda Parte, cap. XLII)
Anda despacio; habla con reposo; pero no de
manera, que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala.
Come poco y cena más poco; que la salud de todo
el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber,
considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra. Ten
cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie
[...]
Sea moderado tu sueño; que el que no madruga con el sol no goza
del día; y advierte ¡oh Sancho! que la diligencia es madre de la buena ventura;
y la pereza, su contraria, jamás llegó al término que pide un buen deseo.
(Don Quijote, Segunda Parte, cap. XLIII)
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