Se
conmemora este año el primer centenario de la muerte de Henry James (Nueva York, 15 de abril de 1843-Londres, 28 de febrero
de 1916), sin lugar a dudas uno de los más grandes novelistas contemporáneos.
La
extensa obra narrativa de James, que vivió gran parte de su vida en Europa
-incluso acabó nacionalizándose británico-, sigue gozando todavía hoy del
fervor de los lectores, y obras como Daisy
Miller (1878), Los europeos
(1878), Retrato de una dama (1881), Lo que Maisie sabía (1897), Las alas de la paloma (1902), Los embajadores (1903) o La copa dorada (1904) se reeditan con
asiduidad.

En Los papeles de Aspern, cuya lectura me
atrevo a recomendar, un editor narra en primera persona sus afanes por hacerse
con el legado inédito del poeta Jeffrey Aspern, por el que siente auténtica
fascinación. Con ese propósito viaja hasta Venecia, donde, recluida en un
decadente palacio y en compañía de una sobrina de mediana edad, vive la anciana
señora Bordereau, que fuera en su día amante del poeta. Ocultando sus
verdaderas intenciones, el editor, dispuesto a todo con tal de acceder a los
codiciados papeles, logra que le alquilen una de las habitaciones del palacio,
y a partir de entonces su empeño no será otro que el de ganarse la confianza de
las dos mujeres y allanar así el camino para su secreta ambición.
La
tensión narrativa perfectamente modulada, el misterio que envuelve a las dos
inquilinas de la vieja mansión veneciana, la sutileza de la trama y, sobre
todo, la introspección psicológica, punteada con mil matices, la complejidad
humana, en fin, de los personajes hacen de la novela, que se lee además en una
tarde ahora que son muy largas, una verdadera delicia lectora. Eso sin tener en
cuenta el inesperado desenlace, en el que, víctimas de los deseos y contradicciones
en que se consume su existencia, los tres protagonistas, cada uno a su modo,
verán desvanecerse sus sueños.

Los
heraldos negros
Hay
golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Golpes
como del odio de Dios; como si ante ellos,
la
resaca de todo lo sufrido
se
empozara en el alma... Yo no sé!
Son
pocos, pero son... Abren zanjas oscuras
en
el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán
tal vez los potros de bárbaros atilas;
o
los heraldos negros que nos manda la Muerte.
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