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miércoles, 13 de abril de 2016

Ciudades, oficios, palabras

Rebuscando entre los anaqueles de una librería de viejo encuentro un libro de Azorín, España, editado por Espasa-Calpe en la vieja colección Austral, con tapa verde por corresponder a la serie de Ensayos y Filosofía, según se hace constar en la solapa de la contraportada.
España es, como casi todos los suyos, un libro en que se evocan gentes y escenas del pasado o se describen paisajes y ciudades que el autor visita, recreando con sentimiento y primor de orfebre las ideas, impresiones y sensaciones que esa rememoración o esa contemplación le producen.
Azorín siente especial predilección por las viejas ciudades castellanas con nobles e inmensos caserones solariegos, paradores y mesones de recios portones con los goznes enmohecidos, fuentes de piedra, venerables catedrales, iglesias y conventos que compiten en campanas, calles que se enmarañan y retuercen en laberinto inextricable, patios que rodean un claustro de columnas, placitas recogidas, añosas alamedas... Ciudades que conservaban aún su carácter, un carácter del que ya no queda ni rastro, arrasadas como han sido por la especulación inmobiliaria y la obstinación municipal por hacer que parezcan todas iguales: abolida la piedra, perseguidos los aleros y tejados, despoblado de campanadas el aire, exhiben con monótona uniformidad los mismos bloques aburridos de cemento y ladrillo, las mismas fachadas sin alma, las mismas calles desangeladas, las mismas plazas de fría geometría.
En su pasear, se detiene con frecuencia ante las tiendas, obradores y rótulos que recuerdan los viejos oficios: abaceros (que vendían al por menor aceite, vinagre, legumbres secas, bacalao, etc.), alfayates (sastres), regatones (que vendían al por menor comestibles comprados al por mayor), boneteros (que fabricaban y vendían bonetes, cuando los señores curas se cubrían con ellos la cabeza), alojeros (que hacían y vendían aloja, bebida de agua, miel y especias), talabarteros (guarnicioneros que hacían talabartes, pretinas o cinturones de cuero)...
Tienen cada uno su propio capítulo, y bien merecido, estos tres: el anacalo, criado de la hornera encargado de ir a las casas particulares por el pan que se había de cocer; el apañador, que remendaba o componía lo que estaba roto, como paraguas o sombrillas; el melcochero, fabricante y vendedor de melcocha, miel muy concentrada y caliente.
Y luego están las palabras, tan bonitas y tan viejas, que solo Azorín usa y conoce: alhorines (graneros o pósitos), jaraíz (lagar), tumbagas (sortijas), mechinal (habitación o cuarto de tamaño muy reducido), almofía (jofaina), labrantines (labradores de poco caudal)...
Tampoco faltan en el libro finas y provechosas observaciones, como estas dos, de la vena poética la primera y resignadamente filosófica la segunda: "Tres cosas pueden hacer feliz a un humano: un libro, un buen amigo y un huerto umbrío"; "Si somos discretos, si la experiencia no ha pasado en balde sobre nosotros, una sola aptitud mental adoptaremos para el resto de nuestros días. Nos recogeremos sobre nosotros mismos; confiaremos en los demás menos que en nosotros; bajo apariencias de afabilidad, desdeñaremos a muchas gentes; miraremos con un profundo respeto el misterio de la vida; comprenderemos los extravíos ajenos; y tendremos conformidad y nos resignaremos, en suma, dulcemente, sin tensión de espíritu, sin gesto trágico, ante lo irremediable".

1 comentario:

  1. " Y a tener conformidad", esta frase la escuché en boca de algún antepasado, y que remataba una conversación sobre algún contratiempo sucedido.

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