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lunes, 25 de abril de 2016

Cervantes y el Quijote (I)

De Cervantes se atrevería uno a destacar estas tres cosas que enumero a continuación.
La primera, el temple de que hizo gala para sobrellevar las adversidades que le deparó la vida y las estrecheces por las que pasó siempre: las heridas en Lepanto, que le hicieron perder el uso de la mano izquierda; los cinco años de cautiverio en las mazmorras berberiscas de Argel; las penosas gestiones en busca de una ayuda oficial que permitiera a la familia saldar las deudas contraídas con su rescate; los variopintos empleos que probó para salir a flote, algunos nada agradables y bastante comprometidos, como el de recaudador de impuestos para proveer a la Armada Invencible; los intentos frustrados de conseguir un cargo en la América española (“Busque por acá en qué se le haga merced”, fue la respuesta que obtuvo su solicitud); la cárcel, por dos veces, acusado de haber vendido cierta cantidad de trigo sin autorización y de que no cuadraran las cuentas de los impuestos recaudados; su andar errante de una ciudad a otra -Sevilla, Valladolid, Madrid...-; sus esfuerzos baldíos por triunfar en el teatro, único modo de ganarse la vida decentemente con la pluma por aquel entonces; los grandes apuros económicos de los que nunca se libró, ni siquiera tras la publicación y el éxito del Quijote; las vicisitudes de sus libros...
La segunda, su bonhomía, la comprensión que tuvo siempre para con las debilidades ajenas, la mirada compasiva con que observó la condición humana, la indulgencia y tolerancia que mostró siempre al describir personas, conductas y modos de pensar.
La tercera, su buen humor, y esa capa o tinte de leve y fina ironía con que revistió la mayor parte de sus páginas, el tono indulgente y cordial que constituye uno de los rasgos esenciales de su estilo, el estilo cervantino, que tiende sobre el mundo y la vida de su tiempo una mirada piadosa y algo distante, llena de humor y de melancolía a la vez; la mirada comprensiva del que raramente juzga y casi siempre compadece, en particular a sus personajes, que parecen, todos, cargados de razones para ser como son y vivir como viven. (Algo en lo que bien podían aplicarse los políticos y autoridades que en estos días se afanan y compiten por rendirle homenajes, a ver si se les pega un poco, el buen humor me refiero, y la bonhomía, aparte de aprovechar para hojear alguno de sus libros, aunque solo sea por no sonrojarse cuando se lo preguntan, si han leído el Quijote, por ejemplo; y de paso le imitarían por lo menos en esto, siquiera momentáneamente, pues fue Cervantes un empedernido lector, según él mismo confiesa en el capítulo IX del Quijote: “y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles...").

1 comentario:

  1. A los que tienen intención de gobernarnos, aparte de leer aunque sean papeles rotos, deberían pasar ante el gobernador Sancho, les daría el despido y la despedida que le hizo al labrador de Miguel Turra.

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