Mi
patria son los libros, dijo alguien, y un servidor no tendría ningún
inconveniente en suscribir tan bonita frase, lo mismo que aquella otra, atribuida
al poeta Rilke, y que luego tanto se ha repetido, de que la única patria del
hombre es la infancia.
Los
libros y la infancia, o la infancia y los libros, pues es en esta, en la de la
infancia, la primera podríamos decir, cuando se adquiere o adopta la segunda,
la de los libros.
La
infancia y los libros, qué mejores patrias a las que servir y qué más apacibles
banderas a las que ofrecer juramento de fidelidad.
Los
libros como devocionario y entretenimiento, como forma de entender el mundo y
deambular por el mapa de las vidas, como cobijo recogido frente a las
asechanzas de ahí afuera y caminos secretos que llevan al reino alto de los
sueños.
El
reino del que cualquiera puede llegar a ser noble y pacífico soberano, como lo
es sin duda la lectora, plácida y feliz, de la fotografía.
Sentada
sobre su humilde e inseguro trono de piedra, ni siente incomodidad por la
postura algo forzada ni atiende a ningún otro requerimiento que no sea el de
las manos posadas en el papel y el de los ojos explorando atentos cada renglón;
arrullada por la música silenciosa de la lectura, apenas presta atención al
murmurar del agua del arroyo; ensimismada en la historia que discurre por la
página del libro, todo lo que la rodea está muy lejos.
Reina
–las dos trenzas que le ciñen el
cuello son su cetro– de un mundo desconocido
y recién estrenado en cada párrafo, nada le importa lo que pueda suceder en el
otro, monótono de tan sabido, ajeno de tan previsible y falto de misterio.
¡Y
por corona ese gorro o sombrero que tan bien le sienta –con un bolsillo de cremallera para guardar ahí dentro los
resúmenes de los libros leídos–, y cuya
misión principal no es defender de las inclemencias el reino más secreto, sino cuidar
de que no pierda la memoria el hilo del argumento y no se dispersen las
palabras que, escapadas momentáneamente de las hojas del libro, revolotean por
las ventanas de la imaginación como las mariposas por la orilla del arroyo
cuando llegue por fin la primavera!
Veo en la fotografía la infancia del río, su nacimiento, es riachuelo, y cuando el agua remanse, y a la sombra de unos alisos se pondrá a leer lo andado.
ResponderEliminarSeguro que así lo hará, amigo Mariano.
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