Pío Baroja
Tal
día como hoy, 30 de octubre, pero de 1956, moría en Madrid Pío Baroja, que
había nacido en 1872 en San Sebastián.
Estudió
Medicina en Madrid, profesión que ejerció por poco tiempo en Cestona
(Guipúzcoa). Después se ocupó de un negocio familiar -una panadería-, que
abandonó para dedicarse exclusivamente a la literatura y el periodismo.
Consagrado como un escritor de éxito, su vida transcurrió entre Madrid y su
casona de Itzea, en Vera de Bidasoa, con frecuentes viajes por España y Europa
(durante la guerra civil vivió temporalmente en Francia). Murió en Madrid en
1956.
De
la lectura asidua de Nietzsche y Schopenhauer le vino acaso su visión pesimista
de la vida y el mundo, su actitud individualista y solitaria, su carácter
inconformista e independiente y su escepticismo radical acerca de la religión,
la política y la sociedad.
Baroja,
autor de más de sesenta novelas, expuso con frecuencia sus puntos de vista
sobre este género literario: la novela, decía, debe basarse en la observación
directa de la realidad, pues el arte es inmensamente inferior a la vida (lo
cual no quiere decir que el novelista no pueda imaginar personajes o intrigas);
ha de ser también abierta, "un saco en el que cabe todo",
según sus propias palabras: acción, descripción de ambientes y paisajes,
reflexiones intelectuales y filosóficas... Y como la vida, ha de carecer de una
estructura previa; por lo tanto, debe estar abierta a todos los acontecimientos
y desarrollarse sin plan alguno. Todo ello con un único objetivo: entretener al
lector.
Gran
parte de sus novelas están asimismo estructuradas en torno a un personaje
central, inconformista o aventurero, que viaja constantemente de un lugar a
otro. A su lado, multitud de personajes secundarios ayudan, por contraste, a
definir o matizar mejor su personalidad.
Por
otra parte, su estilo claro y sencillo, antirretórico, de frases cortas y
párrafos breves, contribuye, junto con la abundancia de los diálogos, a crear
la sensación de vida y naturalidad, que es uno de las características de su
producción.
El
propio Baroja clasificó buena parte de sus novelas -treinta y cuatro- en
trilogías, con un título que alude a algún rasgo común, temático o argumental,
compartido por las tres.
La
más conocida es sin duda La lucha por la vida, compuesta por La busca
(1904), Mala hierba (1904) y Aurora roja (1905). Las tres obras
tienen un mismo protagonista, Manuel Alcázar, y un mismo escenario: el Madrid
de principios de siglo, ciudad a la que Manuel tiene que trasladarse cuando aún
es un muchacho para ganarse la vida.
Otras
novelas que, por una u otra razón, han obtenido un amplio eco son las
siguientes:
.Camino
de perfección (1902), cuyo protagonista encarna al personaje abúlico y
angustiado de la Generación del 98.
.Zalacaín
el aventurero (1909), uno de los típicos "hombres de acción" a
los que tanto admiraba (él, que fue justo lo contrario, intelectual y sedentario).
.El
árbol de la ciencia (1911), tal vez la más representativa en cuento a las
ideas de Baroja, cuenta la vida de Andrés Hurtado, personaje inadaptado e
inconformista (alter ego del autor en muchos aspectos), desde que
comienza sus estudios de Medicina hasta que, tras sucesivos fracasos que
culminan con la muerte de su mujer al nacer su primer hijo, se suicida. Su fracaso significa la derrota del que se acoge al árbol de la ciencia, del que pretende entender la vida en lugar de simplemente vivirla ("la verdad es mala para la vida", asegura un personaje). La acción transcurre fundamentalmente en Madrid y en Alcolea, un pueblo manchego
del que se sirve Baroja para efectuar un amargo retrato de la España rural.
.Las
inquietudes de Shanti Andía (1911), ambientada en el
mar.
.Memorias
de un hombre de acción (1913-1935),
que agrupa veintidós novelas de corte histórico, protagonizadas por Eugenio de
Aviraneta, personaje aventurero, tío abuelo de Baroja.
.Desde
la última vuelta del camino (1944-1949), sus memorias
personales en siete tomos.
Baroja
es autor también de numerosos cuentos, entre los que sobresalen los reunidos en
Vidas sombrías (1900), su primer libro publicado. De él he extraído el
que reproduzco a continuación, muy ilustrativo, pese a ser un relato de
juventud, tanto de sus querencias temáticas como de su peculiar tono narrativo.
El vago
Apoyado
en una farola de la Puerta del Sol, mira entretenido pasar la gente.
Es un hombre ni alto ni bajo, ni delgado ni grueso, ni rubio ni
moreno; puede tener treinta años y puede tener cincuenta; no está bien vestido,
pero tampoco es un desarrapado.
¿Qué hace? ¿Mira algo? ¿Espera algo? No, no espera nada. De vez
en cuando sonríe; pero su sonrisa no es sarcástica, ni su mirada es oblicua.
[...] ¿Es algún empleado? No ¿Tiene rentas? Tampoco ¿Alguna
industria? ¡Pchs! Casi, casi es una industria vivir sin trabajar.
Vamos, es un vago. Si, es un vago. Ya veo a los catones de las
tiendas de ultramarinos indignarse contra ellos, usando la prosa estúpida de un
confeccionador de artículos de periódico de gran circulación. El vago, para
todos esos moralistas, es casi un criminal.
El mío, ese de quien hablo, seguramente no lo es; tiene la
mirada profunda, la boca burlona, el ademán indolente.
Mira como un hombre que no espera nada de nadie.
Es un espectador de la vida; no es un actor. Es un intelectual.
Un vendedor de periódicos se acerca al farol donde se apoya el
vago, y se recuesta en él.
Un farol puede sostener dos espaldas.
Un vago apoyado en un farol es motivo de reflexión. El farol, la
ciencia, la rigidez, la luz; el vago, la duda; la indecisión, la sombra.
¡Glorificad a los faroles! ¡No desprecies a los vagos!
Alguno dirá: "¡Bah! Ser vago, cosa facilísima". Error;
error profundo; ser vago es casi ser filósofo, es algo más que ser un
cualquiera.

El vago será un bagatela, pero no es una escoria. [...]
El vago del farol y yo nos conocemos, y nos hablamos.
Me protege. Es un hombre que no saluda a nadie. Debe tener pocos
amigos; quizá no tenga ninguno. Señal de inteligencia. El mayor número de
amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez. Creo que es una
frase.
¿A inteligente? No le gana nadie.
Se le habla de política…, sonríe; se le habla de literatura…,
sonríe; se le habla de cualquier otra cosa…, sonríe.
El otro día dijo uno de él que debía ser un imbécil.
Pero es lo que pasa en estas sociedades sin freno; se empieza a
hablar mal de las personas serias, y se llega a hablar mal hasta de los vagos.