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viernes, 27 de noviembre de 2015

Efemérides literarias y otras remembranzas

El 27 de noviembre del año 8 a. C. moría en Roma Quinto Horacio Flaco, uno de los grandes poetas latinos de la época de Augusto, junto con Virgilio y Ovidio. Hijo de un esclavo liberto, había nacido en Venusa, hoy Venosa, en la región de Basilicata, el año 65 a. C. Se educó en Roma y Atenas, y, ya poeta conocido, ingresó en el círculo de Mecenas, quien le regaló una finca en la Sabina.
Pese a lo escaso de su obra -debido en parte a la meticulosidad con que corregía una y otra vez sus versos-, es uno de los autores de mayor influjo en los siglos posteriores, especialmente en el Renacimiento.
Su primera colección de poesías lleva el título de Épodos, amables sátiras de vicios y costumbres la mayor parte. La más conocida es sin duda la que empieza con las palabras Beatus ille... ('Dichoso aquel...'), en la que hace un delicado elogio del campo y la vida retirada, acorde con su concepto de la felicidad basado en la aurea mediocritas ('dorada medianía'). Fray Luis de León la tradujo al castellano en el siglo XVI ("Dichoso el que de pleitos alejado...") y se inspiró también en ella para componer su célebre Oda a la vida retirada:

            ¡Qué descansada vida
            la del que huye el mundanal rüido,
            y sigue la escondida
            senda por donde han ido
            los pocos sabios que en el mundo han sido!

El segundo libro, Sátiras, ofrece una mezcla de poemas de la más variada índole: el relato de una anécdota graciosa, la narración de un viaje, la crítica moral o literaria...
Sus cuatro libros de Odas, en los que intentó trasladar a la poesía latina los temas y formas de la poesía griega, son también de variado asunto: moral, amoroso, patriótico (como el famoso Carmen saeculare, Cántico de los siglos)... En una de estas odas, la dirigida a Leucónoe, una amiga suya, aparece, en el penúltimo verso, la famosa expresión carpe diem ('disfruta del día de hoy', 'aprovecha el instante'), origen de uno de los tópicos más conocidos de la literatura universal, tratado luego por Ausonio (collige, virgo, rosas...: "coge, doncella, las rosas..."), Ronsard (cueillez dès aujourd'hui les roses de la vie: "coge hoy mismo las rosas que te ofrece la vida") y Garcilaso en uno de sus sonetos, el XXIII:

            coged de vuestra alegre primavera
            el dulce fruto, antes que el tiempo airado
            cubra de nieve la hermosa cumbre.

A Horacio le empezamos a conocer y traducir de adolescentes (con la ayuda inestimable del calepino más de una vez, y eso que estaba prohibidísimo) en aquellos seminarios de los años sesenta del siglo pasado de cuyo horario un servidor aún puede acordarse, y que era como sigue: levantarse y aseo personal; rezo de las primeras oraciones, media hora de meditación y otra media de misa en la capilla; desayuno en el refectorio (en silencio, con el runrún de la lectura de un libro piadoso o formativo por la rudimentaria megafonía, un par de altavoces colgados de la pared); cinco minutos para dejar en orden el dormitorio o la habitación y ponerse el guardapolvo, obligatorio de color gris; hora y media de estudio; tres horas de clase; visita del mediodía al santísimo y preces correspondientes; comida, en silencio como el desayuno -todos los desplazamientos entre las diferentes  estancias se hacían en silencio y en doble fila bajo la atenta vigilancia del prefecto de semana-, y con la consiguiente lectura como ambientación sonora; una hora y media de recreo, con cuatro opciones para pasar el tiempo: jugar al fútbol en la explanada de tierra (diez o doce partidos simultáneos en el mismo campo y con las mismas porterías), echar una partida al frontón, pasear por las inmediaciones del pinar que rodeaba el edificio por la parte de atrás o quedarse dentro mirando por los ventanales del claustro; otra hora de estudio y dos clases a continuación; merienda (un mollete y una manzana de la huerta colindante del señor obispo); media hora de recreo; dos horas de estudio como preparación de las clases del día siguiente; rosario en la capilla; cena; visita a la capilla para proceder al examen de conciencia y al rezo de las últimas plegarias; descanso.
Este horario solo se alteraba los jueves por la tarde, que no había clase y en su lugar nos llevaban de paseo, bien al campo o bien por el arcén de la carretera en filas de a dos, y los domingos, que por la mañana había misa solemne cantada, o sea, el doble de larga que la normal rezada, y por la tarde el mismo paseo de los jueves (y si acaso, algunas veces, nos dejaban ver la primera parte del partido de liga que dieran por la televisión, que por aquellos años empezaba siempre a las siete y media).
De las cinco horas de clase diarias, una era de latín, lo que quiere decir que salíamos a seis por semana (los sábados eran también lectivos, mañana y tarde).  

1 comentario:

  1. Pongo la mirada sobre la pantalla en la que escribes sobre efemérides literarias y otras remembranzas y vuelvo la cabeza para renacer de aquellas prácticas casi olvidadas.

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