La
empecé la otra noche (llevaba, descuido imperdonable, desde finales de abril
esperando turno en el bullicioso desorden de la mesa) y esta mañana ha vuelto a
ocupar su lugar en el silencioso retiro de la estantería. Y sí, las
expectativas se han cumplido, y el buen sabor de la primera vez se ha visto confirmado,
incluso superado. Es lo que tienen los buenos libros, que mejoran con los años,
y lo mismo les pasa a las relecturas, que segundas veces siempre fueron
buenas.
Sin
duda, Otra vuelta de tuerca es una
lección magistral de arte narrativo, y las razones son muchas y variadas: el
punto de vista, primero el de un narrador llamémosle introductorio o
intermediario, y luego el de la joven institutriz protagonista, siguiendo el
viejo esquema del manuscrito encontrado; el juego de la ambigüedad, que tiene
en vilo al lector y le sobresalta cuando menos lo espera; la sutileza en la
descripción y caracterización de personajes (un movimiento, una mirada, una
palabra, un ademán...: todo es significativo); la atmósfera de misterio, ya
desde la primera línea, el misterio de la acción, pero también el que envuelve
a los personajes, a casi todos (el enigmático patrón, un joven dechado de la
elegancia y caballero ideal que deslumbra a la candorosa institutriz, y
particularmente esta misma, convertida en única voz narrativa y protagonista atormentada
de los hechos, y con ella, los dos niños que tiene bajo su cargo, y los
habitantes todos -incluidos los fantasmas que se aparecen- de la vieja mansión victoriana a
la que llega temerosa una tarde de junio); la cadencia morosa de la frase y el
bien graduado y sabio ritmo de la narración; los detalles, los matices, la
dosificación del suspense, los avisos que van modulando el desarrollo de la
trama, anticipándolo a veces, o dando pistas, que a lo mejor luego resultan ser
inocuas... Y las ya mencionadas apariciones, leitmotiv y piedra angular del relato: ¿en verdad tienen lugar o son producto de la imaginación de la protagonista? ¿Es ella la única que las percibe, o también los niños, que, para no acongojarla, fingen lo contrario? En fin, una delicia -y si se me permite la rima inoportuna-, un
festín.
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