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viernes, 6 de noviembre de 2015

Hora de lectura. Otra vuelta de tuerca, de Henry James

La empecé la otra noche (llevaba, descuido imperdonable, desde finales de abril esperando turno en el bullicioso desorden de la mesa) y esta mañana ha vuelto a ocupar su lugar en el silencioso retiro de la estantería. Y sí, las expectativas se han cumplido, y el buen sabor de la primera vez se ha visto confirmado, incluso superado. Es lo que tienen los buenos libros, que mejoran con los años, y lo mismo les pasa a las relecturas, que segundas veces siempre fueron buenas.
Sin duda, Otra vuelta de tuerca es una lección magistral de arte narrativo, y las razones son muchas y variadas: el punto de vista, primero el de un narrador llamémosle introductorio o intermediario, y luego el de la joven institutriz protagonista, siguiendo el viejo esquema del manuscrito encontrado; el juego de la ambigüedad, que tiene en vilo al lector y le sobresalta cuando menos lo espera; la sutileza en la descripción y caracterización de personajes (un movimiento, una mirada, una palabra, un ademán...: todo es significativo); la atmósfera de misterio, ya desde la primera línea, el misterio de la acción, pero también el que envuelve a los personajes, a casi todos (el enigmático patrón, un joven dechado de la elegancia y caballero ideal que deslumbra a la candorosa institutriz, y particularmente esta misma, convertida en única voz narrativa y protagonista atormentada de los hechos, y con ella, los dos niños que tiene bajo su cargo, y los habitantes todos -incluidos los fantasmas que se aparecen- de la vieja mansión victoriana a la que llega temerosa una tarde de junio); la cadencia morosa de la frase y el bien graduado y sabio ritmo de la narración; los detalles, los matices, la dosificación del suspense, los avisos que van modulando el desarrollo de la trama, anticipándolo a veces, o dando pistas, que a lo mejor luego resultan ser inocuas... Y las ya mencionadas apariciones, leitmotiv y piedra angular del relato: ¿en verdad tienen lugar o son producto de la imaginación de la protagonista? ¿Es ella la única que las percibe, o también los niños, que, para no acongojarla, fingen lo contrario? En fin, una delicia -y si se me permite la rima inoportuna-, un festín.

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