Seguidores

lunes, 16 de noviembre de 2015

Efemérides literarias

El 15 de noviembre de 1969 moría en Madrid Ignacio Aldecoa, que había venido al mundo en Vitoria el 24 de julio de 1925. Como Stevenson, a quien admiraba, vivió solo cuarenta y cuatro años, y también como Stevenson, es recordado por las historias que tan bien supo contar. (Su viuda, la también escritora Josefina R. Aldecoa, ha recordado al respecto el deseo que Ignacio expresara un día, hablando precisamente del epitafio que los indígenas de la isla de Samoa habían grabado en la tumba de Stevenson: "Así es como me gustaría que me recordaran: Ignacio Aldecoa, el narrador de historias".)
Historias que uno leyó con devoción en la adolescencia y primera juventud, no tanto las de sus novelas (El fulgor y la sangre, Con el viento solano, Gran Sol, Parte de una historia) como las de sus cuentos. Desde que cayeron en mis manos, quise ingenuamente escribir como él, y durante un largo tiempo intenté en vano imitarle.
Me gustaba lo que contaba, pero, sobre todo, la manera como lo hacía, su estilo a la vez áspero y poético -rotundos adjetivos llameando en cada página-, elaborado pero preciso y natural.
Anoto algunas expresiones que en su día subrayé: "sendas que garabateaban las laderas, arrugándolas"; "la lentitud modorrosa de un rebaño"; "gorriones vestidos de saco y lagartijas pizpiretas"; "la coz de un aire"; "abrió la ventana un poquito y entró el frío como un pájaro"; "se quedó [en la cama] jugando con las rodillas a hacer montañas y organizar cataclismos"; "La madre tomó asiento en una banqueta, recogiéndose el delantal sobre el vestido negro cosido y roto, recosido y roto, y roto"; ""El hombre que había hablado de la guerra sacó una petaca oscura, grande, hinchada y suave como una ubre"; "cascabeleó el hielo en los vasos"...
Los cuentos de Ignacio Aldecoa son un espejo en el camino de la España del medio siglo, y por ese espejo van pasando vidas y oficios, las vidas humildes y los oficios modestos de "las pobres gentes de España" para quienes la existencia es como "una espera de tercera clase", unas y otros contados con tierna crudeza y emocionada convicción.
Me vienen enseguida a la memoria algunos: Seguir de pobres, y la pobreza y desesperanza de la cuadrilla de segadores que pasan el verano lejos de su tierra para ganarse el jornal: "Al marchar a la siega / entran rencores, / trabajar para ricos, / seguir de pobres", reza la copla que canta uno de ellos; Chico de Madrid, un golfillo educado en las orillas del Manzanares, "bisojo y autodidacto, sucio y tristón"; Patio de
armas, y sus colegiales...

Y esas lecturas, junto con otras muchas, conforman mi particular prehistoria de los sueños (la historia, que viene después, es ya otro cantar), que suele tener lugar en esa época en que uno empieza a tener claro lo que quiere ser, a lo que le gustaría dedicarse, sin saber -y nadie tampoco nos lo advirtió entonces- que no valen aplazamientos, ni componendas, ni medias tintas, que un sueño no admite subterfugios ni estrategias de acomodo ni servidumbre de otros quehaceres, que si no se le atiende con dedicación plena y hasta las últimas consecuencias, el tiempo irá pasando y sin darnos cuenta llegará un día en que la vida habrá escrito ya la mitad del argumento y nosotros seguiremos aún pensando qué título ponerle a la primera página.

No hay comentarios:

Publicar un comentario