El 13 de noviembre de
1850 nació en Edimburgo Robert Louis Stevenson (1850-1894). Viajó por varios países y pasó los
últimos años de su vida en una isla de Oceanía, donde los nativos le conocían
por el nombre de Tusitala, 'el narrador de cuentos'. Allí murió, a los 44 años,
el 3 de diciembre de 1894.
Stevenson es autor de numerosas novelas, entre las
que destacan La isla del tesoro (1883)
y El extraño caso del doctor Jekyll y Mr.
Hyde (1886).
En esta última, el
protagonista presenta una doble personalidad -simplificando un poco, de “bueno”
y “malo”-, que va además acompañada de una transformación física, por lo que,
durante buena parte del relato, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde aparecen a los ojos
del lector como dos individuos distintos. El misterio que los envuelve,
incomprensible incluso para sus amigos, contribuye a aumentar la tensión
narrativa, llegando a crear una auténtica atmósfera de terror; hasta tal punto
que, en la escena final, dos amigos del doctor Jekyll creen que este ha sido
asesinado por Mr. Hyde. La escisión interior de Jekyll, el desdoblamiento de su
personalidad, representa el conflicto interior del ser humano
entre el bien y el mal. (Un eco de este conflicto es el que resuena también en
los versos siguientes del poeta Antonio Machado: "Busca a tu complementario, /que marcha
siempre contigo, / y suele ser tu contrario".)
La isla del tesoro narra las andanzas de un grupo de aventureros que embarcan a bordo de la
Hispaniola en busca de un tesoro enterrado en una isla remota por un antiguo
pirata. Contada en primera persona por el más joven de los marineros, Jim
Hawkins, es el ejemplo modélico de novela de acción y aventuras, con personajes
inolvidables como el propio Jim, el pirata John Silver El Largo, el cocinero
cojo del barco (y su loro, Capitán Flint, en homenaje al temido pirata que
había enterrado el tesoro, y cuyo nombre planea sobre la tripulación a lo largo
de todo el viaje), Ben Gunn, el marinero al que sus antiguos compañeros habían
abandonado en la isla...
La sola mención de La isla del tesoro nos devuelve a
aquellas lecturas
fervorosas, emocionadas, ingenuas y puras de la adolescencia,
cuando sufríamos con los personajes, celebrábamos sus éxitos, llorábamos sus
fracasos... Leíamos para entretenernos, sí, pero vivíamos en los libros la vida
que soñábamos y que, estábamos seguros, jamás íbamos a tener, una vida animada
y no monótona, una vida en la que los sentimientos prevalecían sobre las
convenciones, la aventura sobre la rutina, la emoción sobre el tedio. En la
vida de los libros había pasión, intrigas y misterios; en la de verdad,
limitaciones y costumbres.
Y leíamos en cualquier sitio,
y a cualquier hora: junto a la lumbre de la chimenea, en el monte con el ganado,
a escondidas en las largas horas de estudio o de interminables liturgias en los
internados, acurrucados bajo las mantas por la noche con una linterna...
Porque, a esa edad, leer no era -no es- una actividad pasajera, sino una ocupación absorbente, plena, entregada,
devota, incondicional...
R. L. Stevenson escribió
también un entrañable y simpático libro de poesía, Jardín de versos de un niño. A él pertenece este breve poema, que
podría venir como anillo al dedo a lo que se acaba de decir:
Pensamiento feliz
Está tan lleno el mundo
de misterios sin fin
que no sé cómo alguno
se puede aquí aburrir.
(Versión de F. Beltrán y J. Subirana, Almadraba)
No sé por qué los ojos leen de diferente manera de cuando tienes 15 años a este momento, seguro no ven lo mismo.
ResponderEliminarLos ojos, la cabeza y el corazón
ResponderEliminar¡Muy interesante! Habrá que leer a Aldecoa. Sin duda sus palabras se parecen a las tuyas (y no lo digo al revés)
ResponderEliminar¡Muy interesante! Habrá que leer a Aldecoa. Sin duda sus palabras se parecen a las tuyas (y no lo digo al revés)
ResponderEliminarGracias, Eva, lectora feliz.
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