Iba
a empezar diciendo que el diccionario es el libro más interesante y divertido
que uno puede leer (lo de consultar es otra cosa, y mejor dejarlo para los
estudiantes, los estudiosos y los pedagogos que diseñan los programas
educativos, que le tienen, hablo de los últimos, una grandísima afición a este
verbo, tanta como ojeriza al que se quedó ahí atrás a las puertas del
paréntesis), pero rebajo la proclama, no vaya a ser que alguien no me crea: el
diccionario está lleno de sorpresas y saberes curiosos.
Con
la ventaja de que no es obligada la continuidad, ni se precisa seguir un orden
para su lectura; mejor abrirlo al azar, picotear un poco en una página igual
que hacen los pájaros cuando se alimentan y proseguir luego, hacia atrás o
hacia adelante, a salto de mata, fisgando aquí y allá como quien busca un
tesoro.
Descubrimos
así que en él puede uno andarse por las ramas, o dormir como un tronco, o echar
raíces en un sitio aun teniéndolas por nacimiento en otro que esté en el quinto pino, o ser de buena o
pura cepa, o echar leña al fuego de una conversación (hay asimismo quien la hace del árbol caído), o ser un ciruelo, o estar en la higuera, o caerse del
guindo, o pedirle peras al olmo, o dormirse en los
laureles... ¡Verdades todas como la copa de un pino!
También,
que tenga uno pájaros en la cabeza (incluso pueden ser muchos, o que sea la propia
cabeza la que se distraiga buscándolos), o matar dos de una pedrada o de un
tiro, o cargar con el mochuelo, o marear la perdiz, o pelar la pava, o estar en
la edad del pavo, o andar como gallina en corral ajeno (acostarse con las
gallinas es igualmente posible), o sentirse como el gallo de Morón, sin plumas
y cacareando, o pagar el pato, o contentarse con el chocolate del loro, o ser
un mirlo blanco, que ya es raro...
Por
hablar solo de los árboles y las aves.
Jajaja buenísimo, ¡un tema para tesis doctoral!
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