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viernes, 20 de noviembre de 2015

Nada se tiraba

Todavía, a los de mi generación, nos tocó vivir los últimos años de aquella época en que no se tiraba nada. Incluso si se compraba algo nuevo, cualquier aparato -un molinillo de café, una plancha, ¡una radio!...-, no se deshacía nadie del viejo, por si acaso. Lo mismo sucedía con las herramientas y utensilios, y por supuesto con la ropa.
Eso daba lugar a que se guardara todo, principalmente en el desván, donde se amontonaban infinidad de cachivaches y trastos inútiles.
Y a que se coleccionaran, en las despensas o en el cuarto oscuro que había en todas las casas, tarros de cristal, papel de envolver, cuerdas, trozos de alambre, cajas de zapatos..., de todo.
Como si se tuviera miedo de que la vida empezase a ir para atrás en vez de hacerlo para adelante, como si en lugar de progresar se fuese a retroceder, como si, escondido detrás del futuro brillante que se presentía y deseaba, acechara, presto a volver, el pasado de miseria y privaciones del que aún todos se acordaban.
Por si eso pasa, se pensaba, mejor estar preparados, pues todo lo que ahora damos por usado, inútil y viejo quién sabe si algún día, si las cosas se ponen mal y reculamos, nos volverá a hacer falta.

El gran escritor que es Adam Zagajewski (Lvov, actual Ucrania, 1945) anota esta misma actitud y disposición de ánimo al evocar su infancia, transcurrida en los malhadados años de la posguerra europea en Gliwice, ciudad polaca a la que sus padres fueron repatriados al término de la contienda. Lo hace en una preciosa obra, En la belleza ajena, que es a la vez novela, libro de memorias y diario de impresiones y lecturas, y está escrita como en voz baja y con oficio de poeta en una prosa excepcional. 

1 comentario:

  1. El escultor Angel Ferrant hizo una serie de 21 obras con elementos inútiles encontrados en la playa, en el museo Patio Herreriano de Valladolid se pueden ver algunas.

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