Ramón María del Valle-Inclán nació en Villanueva de Arousa (Pontevedra)
en 1866 y murió en Santiago de Compostela el 5 de enero de 1936, hace hoy
ochenta años.
Desde su juventud vivió en Madrid, donde su figura inconfundible
-largas barbas, melena, capa y chalina- se convirtió en el emblema de la vida
bohemia.
Su primera obra narrativa importante son las Sonatas (Sonata
de otoño, Sonata de estío, Sonata de primavera y Sonata de
invierno), que recrean un mundo decadente, muy del gusto modernista. El
protagonista de todas ellas es el Marqués de Bradomín, al que se define como
"un donjuán feo, católico y sentimental".
Escribió después la trilogía de La guerra carlista (1908-1909), Tirano
Banderas (1926), retrato grotesco de un dictador hispanoamericano, y El
ruedo ibérico (La corte de los
milagros, Viva mi dueño y Baza de espadas), relato satírico de los últimos años
del reinado de Isabel II en el siglo XIX.
Su obra teatral comienza con las Comedias bárbaras (1907-1922), ambientadas en una
Galicia mítica y rural. De 1920 son Divinas palabras y Luces de
bohemia. En esta última aplica por primera vez la estética del esperpento, consistente en la ridiculización de personajes
y la deformación sistemática de la realidad. El protagonista es un poeta ciego, Max Estrella, y la
acción, estructurada en quince escenas, recoge las últimas horas de su vida,
desde un atardecer hasta la mañana siguiente. En esa última noche, y acompañado
de su amigo don Latino, recorre diversos ambientes del Madrid de la época -la
librería de Zaratustra, la taberna de Pica-Lagartos, el ministerio de la
Gobernación, el café Colón...-, encontrándose por todas partes con una sociedad
y unos personajes mediocres y degradados.
Al ciclo de los esperpentos pertenecen también Los
cuernos de don Friolera, Las galas del difunto y La hija del
capitán, agrupadas bajo el título de Martes de carnaval.
Luces
de bohemia
ESCENA SEGUNDA
La cueva de ZARATUSTRA en el Pretil de los
Consejos. Rimeros de libros hacen escombro y cubren las paredes. Empapelan los
cuatro vidrios de una puerta cuatro cromos espeluznantes de un novelón por
entregas. En la cueva hacen tertulia el gato, el loro, el can y el librero.
ZARATUSTRA, abichado y giboso --la cara de tocino rancio y la bufanda de verde
serpiente--, promueve, con su caracterización de fantoche, una aguda y dolorosa
disonancia muy emotiva y muy moderna. Encogido en el roto pelote de una silla
enana, con los pies entrapados y cepones en la tarima del brasero, guarda la
tienda. Un ratón saca el hocico intrigante por un agujero.
ZARATUSTRA.-- ¡No pienses que no te veo,
ladrón!
EL GATO.-- ¡Fu! ¡Fu! ¡Fu!
EL CAN.-- ¡Guau!
EL LORO.-- ¡Viva España!
Están en la puerta MAX ESTRELLA y DON LATINO DE HISPALIS. El poeta saca el brazo por entre
los pliegues de su capa y lo alza majestuoso, en un ritmo con su clásica cabeza
ciega.
MAX .- ¡Mal Polonia recibe a un extranjero!
ZARATUSTRA.- ¿Qué se ofrece?
MAX .- Saludarte y decirte que tus tratos no me convienen.
ZARATUSTRA.-Yo nada
he tratado con usted […]
MAX.-- Zaratustra, eres un bandido.
ZARATUSTRA.-- Ésas, don Max, no son
apreciaciones convenientes.
MAX.-- Voy a romperte la cabeza.
ZARATUSTRA.-- Don Max, respete usted sus
laureles.
MAX.-- ¡Majadero!
Ha entrado en la cueva un hombre alto, flaco, tostado
del sol. Viste un traje de antiguo voluntario cubano, calza alpargates abiertos
de caminante y se cubre con una gorra
inglesa. Es el extraño DON PEREGRINO GAY […]. Sin pasar de la puerta,
saluda jovial y circunspecto.
DON GAY.-
¡Salutem plurimam!
ZARATUSTRA.-
¿Cómo le ha ido por esos mundos, Don Gay?
DON GAY.- Tan
guapamente. […]
ZARATUSTRA entra y sale en la trastienda, con una vela encendida. La
palmatoria pringosa tiembla en la mano del fantoche. […] Parece que la nariz se le dobla sobre
una oreja. El loro ha puesto el pico bajo el ala. Un retén de polizontes pasa
con un hombre maniatado. Sale alborotando el barrio un chico pelón montado en
una caña, con una bandera.
EL PELÓN.- ¡Vi-va-Es-pa-ña!
El CAN.- ¡Guau! ¡Guau!
ZARATUSTRA.- ¡Está buena España! […]
DON GAY.-He caminado por todos los caminos del mundo y he aprendido que los
pueblos más grandes no se constituyeron sin una Iglesia Nacional. La
creación política
es ineficaz si falta una conciencia religiosa con su ética superior a las
leyes que escriben
los hombres.
MAX .- Ilustre Don Gay, de acuerdo. La miseria del pueblo español, la gran
miseria
moral, está en su chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y de
la muerte. La
Vida es un magro puchero; la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña
los
Dientes; el Infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se
achicharran
como boquerones; el Cielo, una
kermés sin obscenidades a donde, con permiso del
párroco, pueden asistir las Hijas de María. Este pueblo miserable
transforma todos los
grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una
chochez de
viejas que disecan al gato cuando
se les muere.