Pasan
los días, se va el año viejo, despedido con incomprensible jolgorio, entra el
nuevo, al que nadie sale a recibir (hoy es el día más triste: las calles están
vacías y los pocos que deambulan por ellas lo hacen como recogidos en sí
mismos, sombras que vagaran en sueños o paseantes apesadumbrados que contaran
sus pasos), y el invierno que no llega.
No
llueve, no nieva, no hace frío, arden los montes, siguen abiertas las playas,
duermen las borrascas...
¿Qué
pensará la naturaleza, sin tiempo para descansar? ¿Y los árboles, con el sol urgiendo
a las ramas para que suelten los primeros brotes? ¿Y esas florecillas que
asoman la cabeza sin saber que es enero?
-El
invierno no existe, son los padres -oí decir el otro día, y enseguida apunté la
frase.
Tiempo
A D. J. F.
Que
no se te escurra al vuelo
como
agua entre los dedos.
Estrénalo
tan contento
como
unos amores nuevos.
Guarda
el que ya se hizo viejo
-el
olvido es el veneno-
y
por la alfombra del sueño
extiende
el que vendrá luego.
Y
aunque esté hecho de momentos
y
al abundar lo matemos
-también
lo pedimos muerto-,
es
lo único que tenemos.
(De Cien lecciones de cosas)
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