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miércoles, 20 de enero de 2016

Lunes triste

De los malos días, esos en que le da a uno por pensar que en todas las esquinas acecha un enemigo, hablaba anteayer, lunes, en este blog. Y por una de esas casualidades que tantas veces nos llenan de asombro, leí ese mismo lunes por la noche en el periódico, colgado ya el blog en esa que llaman nube (siempre, por lo visto, está nublado en el cielo de internet), que hace unos años, en 2005, se publicó un estudio, supuestamente matemático, en el que se llegaba a la conclusión de que el tercer lunes de enero era el día más triste del año. A ese lunes, que este año coincidía precisamente con el pasado día 18, se le bautizó desde entonces con el nombre de Blue Monday ("lunes triste").
La fórmula del estudio en cuestión se sustentaba sobre las siguientes variantes: el día de la semana, lunes, asociado tradicionalmente al poso de tristeza que dejan los domingos (cara de viernes, viene aún en el diccionario, y se decía mucho antes, para referirse a la macilenta y triste, acaso porque gran parte de los viernes del año eran días de ayuno o de abstinencia, o de las dos cosas a la vez; hoy esa cara correspondería más bien a la de los lunes, por las secuelas, anímicas y corporales, del fin de semana); la aún lejana perspectiva con respecto a la paga del mes (la popular cuesta de enero, vaya); el tiempo meteorológico propio de la estación; el abandono de los buenos propósitos que todo el mundo acostumbra a formarse con la llegada del nuevo año, con el consiguiente sentimiento de fracaso; la escasa motivación en general.
Detrás de ese estudio, firmado por el doctor Cliff Arnall, psicólogo de la Universidad de Cardiff, había una determinada agencia de comunicación, que aconsejaba a renglón seguido en una nota que la mejor manera de escapar a los efectos de ese lunes triste era preparar las maletas y marcharse de viaje, contratando de paso, eso sí, los servicios de otra agencia, esta de viajes y cliente suya. El crédito científico, como era de esperar, y así lo recuerda el mismo periódico, se desmoronó muy pronto con estrépito, pero la noticia surtió efecto, y cada año por estas fechas sus ondas se propagan de nuevo.
El día más triste del verano, ese era el tema de redacción que solía ponerles a mis alumnos cada año al comenzar el nuevo curso; por un momento me miraban desconcertados, pero enseguida se ponían a escribir y la mayoría acababa decidiéndose por el día anterior, o sea, por contar lo que habían sentido la víspera de volver más o menos contentos a las clases. 

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