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martes, 5 de enero de 2016

Efemérides literarias

Ramón María del Valle-Inclán nació en Villanueva de Arousa (Pontevedra) en 1866 y murió en Santiago de Compostela el 5 de enero de 1936, hace hoy ochenta años.
Desde su juventud vivió en Madrid, donde su figura inconfundible -largas barbas, melena, capa y chalina- se convirtió en el emblema de la vida bohemia.
Su primera obra narrativa importante son las Sonatas (Sonata de otoño, Sonata de estío, Sonata de primavera y Sonata de invierno), que recrean un mundo decadente, muy del gusto modernista. El protagonista de todas ellas es el Marqués de Bradomín, al que se define como "un donjuán feo, católico y sentimental".
Escribió después la trilogía de La guerra carlista (1908-1909), Tirano Banderas (1926), retrato grotesco de un dictador hispanoamericano, y El ruedo ibérico (La corte de los milagros, Viva mi dueño y Baza de espadas), relato satírico de los últimos años del reinado de Isabel II en el siglo XIX.
Su obra teatral comienza con las Comedias bárbaras (1907-1922), ambientadas en una Galicia mítica y rural. De 1920 son Divinas palabras y Luces de bohemia. En esta última aplica por primera vez la estética del esperpento, consistente en la ridiculización de personajes y la deformación sistemática de la realidad. El protagonista es un poeta ciego, Max Estrella, y la acción, estructurada en quince escenas, recoge las últimas horas de su vida, desde un atardecer hasta la mañana siguiente. En esa última noche, y acompañado de su amigo don Latino, recorre diversos ambientes del Madrid de la época -la librería de Zaratustra, la taberna de Pica-Lagartos, el ministerio de la Gobernación, el café Colón...-, encontrándose por todas partes con una sociedad y unos personajes mediocres y degradados.
Al ciclo de los esperpentos pertenecen también Los cuernos de don Friolera, Las galas del difunto y La hija del capitán, agrupadas bajo el título de Martes de carnaval.

                                               Luces de bohemia
                                              ESCENA SEGUNDA
           
La cueva de ZARATUSTRA en el Pretil de los Consejos. Rimeros de libros hacen escombro y cubren las paredes. Empapelan los cuatro vidrios de una puerta cuatro cromos espeluznantes de un novelón por entregas. En la cueva hacen tertulia el gato, el loro, el can y el librero. ZARATUSTRA, abichado y giboso --la cara de tocino rancio y la bufanda de verde serpiente--, promueve, con su caracterización de fantoche, una aguda y dolorosa disonancia muy emotiva y muy moderna. Encogido en el roto pelote de una silla enana, con los pies entrapados y cepones en la tarima del brasero, guarda la tienda. Un ratón saca el hocico intrigante por un agujero.

ZARATUSTRA.-- ¡No pienses que no te veo, ladrón!
EL GATO.-- ¡Fu! ¡Fu! ¡Fu!
EL CAN.-- ¡Guau!
EL LORO.-- ¡Viva España!

Están en la puerta MAX ESTRELLA y DON LATINO DE HISPALIS. El poeta saca el brazo por entre los pliegues de su capa y lo alza majestuoso, en un ritmo con su clásica cabeza ciega.

MAX .- ¡Mal Polonia recibe a un extranjero!
ZARATUSTRA.- ¿Qué se ofrece?
MAX .- Saludarte y decirte que tus tratos no me convienen.
ZARATUSTRA.-Yo nada he tratado con usted […]

MAX.-- Zaratustra, eres un bandido.
ZARATUSTRA.-- Ésas, don Max, no son apreciaciones convenientes.
MAX.-- Voy a romperte la cabeza.
ZARATUSTRA.-- Don Max, respete usted sus laureles.
MAX.-- ¡Majadero!

Ha entrado en la cueva un hombre alto, flaco, tostado del sol. Viste un traje de antiguo voluntario cubano, calza alpargates abiertos de caminante y se cubre con una gorra inglesa. Es el extraño DON PEREGRINO GAY […]. Sin pasar de la puerta, saluda jovial y circunspecto.

DON GAY.- ¡Salutem plurimam!
ZARATUSTRA.- ¿Cómo le ha ido por esos mundos, Don Gay?
DON GAY.- Tan guapamente.  […]

ZARATUSTRA entra y sale en la trastienda, con una vela encendida. La palmatoria pringosa tiembla en la mano del fantoche. […] Parece que la nariz se le dobla sobre una oreja. El loro ha puesto el pico bajo el ala. Un retén de polizontes pasa con un hombre maniatado. Sale alborotando el barrio un chico pelón montado en una caña, con una bandera.

EL PELÓN.- ¡Vi-va-Es-pa-ña!
El CAN.- ¡Guau! ¡Guau!
ZARATUSTRA.- ¡Está buena España! […]
DON GAY.-He caminado por todos los caminos del mundo y he aprendido que los
pueblos más grandes no se constituyeron sin una Iglesia Nacional. La creación política
es ineficaz si falta una conciencia religiosa con su ética superior a las leyes que escriben
los hombres.
MAX .- Ilustre Don Gay, de acuerdo. La miseria del pueblo español, la gran miseria
moral, está en su chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y de la muerte. La
Vida es un magro puchero; la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los
Dientes; el Infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran
como boquerones;  el Cielo, una kermés sin obscenidades a donde, con permiso del
párroco, pueden asistir las Hijas de María. Este pueblo miserable transforma todos los
grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de
viejas que disecan al gato cuando se les muere.

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