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miércoles, 9 de marzo de 2016

De otro país

La vida, se diría, pasa por aquí más despacio, y lo mismo el tiempo, y el curso de la historia, y el reloj de las costumbres.
No se ha derribado todo lo viejo, que convive en armonía con lo recién construido. El cemento asoma, pero no ejerce tiranía. Las calles, que conservan adoquines y empedrado, no son coto del parque automovilístico.
Entre el ayer y el mañana ha habido un pacto de transición. Se mantienen casi intactas las antiguas plazas, que con idéntica dignidad lucen balcones restaurados y paredes algo desconchadas. El diseño no ha sentado aún por esta tierra sus reales, ni tampoco ese afán hipnótico por arrasar todo vestigio de la tradición. Las piedras y fachadas de las viejas iglesias se adornan con la pátina del verdín.
El tranvía que renquea en los repechos compite ventajosamente con esos autobuses descapotados de colores chillones que pasean con desgana a los turistas. Grupos de obreros reposan la galbana recostados contra las paredes al sol de mediodía. En los campanarios, que son altos como vigías, se posan gaviotas.
En las escaleras de piedra que suben desde el río a la muralla dormitan pacíficamente gatos de indostánica indolencia que ni se dignan parpadear.
En la principal vía comercial de Oporto hay tres librerías (y ni una sola tienda de telefonía). La librería Lello de esta misma ciudad, para muchos la más bella del mundo, visitada por riadas de turistas desde que se rodaran en ella algunas secuencias de las películas de Harry Potter, tiene como reclamo en su interior un busto de Cervantes, y una edición reciente del Quijote ocupa el lugar de honor en la estantería.
Los cafés no se han desprendido de los veladores de mármol, ni de las lámparas, ni de los espejos que estrenaron hace muchos años. En el Majestic, también de Oporto, que está siempre lleno y reciben a los clientes con un saludo de bienvenida a la puerta, el simple hecho de tomar un café constituye un ejercicio de tranquila civilización. Las conversaciones no sobrepasan el murmullo apacible de la confidencia y ni por asomo se alza una voz ni se despeña por entre las mesas una carcajada de ruidosa ostentación.
Los camareros y dependientes son amables sin altanería y atentos sin caer en el empalago. La educación se entiende como sencillez y la cortesía como discreción.
Coincide uno al pasar por delante de un instituto con la salida de los estudiantes y no se observa el habitual despliegue del arsenal electrónico de móviles, cascos, auriculares y otros artilugios para el aislamiento.
Hay muchas tiendas de apariencia modesta regentadas por sus dueños que agradecen la entrada del visitante con palabras de afecto y sentidos gestos de afabilidad.
Los vestíbulos de las estaciones ferroviarias no se han deshumanizado, y los trenes circulan con parsimoniosa puntualidad.
Se creen a lo mejor más pobres que sus vecinos del este, pero son desde luego menos arrogantes y vocingleros, y más callados, y más calmados, y más humildes, y acaso también más hospitalarios.
Obrigado, Portugal.

1 comentario:

  1. Amigo David, visito estos dias el vecino Pais y que tu describes a la perfeccion en Oporto. Saude desde Tomar.









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