"Cuando
a un viajero que conocía muchos continentes le preguntaron qué le sorprendía
más del mundo, contestó: la omnipresencia de los gorriones".
Así
lo refiere Adam Zagajewski en su novela En
la belleza ajena, pero leo en el
periódico (El País, 18 de marzo) que la contaminación, el tráfico, la falta de
zonas verdes y el avance imparable de especies invasoras, particularmente las
cotorras argentinas, los están expulsando de las ciudades europeas: "El
63% de los gorriones de Europa ha desaparecido", asevera con precisión
científica el titular de la noticia.

En
el Reino Unido se perdieron diez millones de ejemplares en una década, la de
1970-1980, y en las grandes ciudades, como Londres, por ejemplo, prácticamente
han desaparecido.
En
el caso de España, se habla de una reducción de ocho millones en los últimos diez
años, lo que, para los biólogos, constituye un dato de "despoblamiento
salvaje".
La
creciente dificultad para construir sus nidos, aseguran también los expertos,
contribuye a tan triste hecho. Los gorriones los han hecho siempre en los
huecos de los edificios, cuanto más viejos mejor, o en las ramas de los
árboles, también mejores cuanto más viejas, pero ¿dónde encontrarán ahora esas
ramas, y, sobre todo, en qué agujero de los modernos edificios de hormigón o
acristalados podrán escarbar con el pico para cobijar allí a sus crías?
Nada
bueno, en cualquier caso, dice de nosotros ni del mundo que los gorriones –o
los pardales, como se les llama en muchos sitios– salgan en los periódicos...,
y cómo no va a tardar en venir la primavera con noticias así.
Hace algunos años los pájaros o pardales tenían mala prensa, se comían sin autorización el trigo de los sembrados, ahora la prensa y un muchacho conocedor de los gorriones, les dedican sendas noticias, espero que las lean.
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