Se
hablaba aquí el otro día (24 de febrero) de las hipérboles, o sea de las
exageraciones, esas que tanto abundan en la lengua familiar: un millón de
besos, te lo he dicho mil veces, ¡lo sabe todo el mundo!...
En
el diccionario, ese jardín de las palabras, las hay para todos los gustos y muy
curiosas, como, por ejemplo, las que siguen, referidas a acciones o
sentimientos que a menudo se apoderan del ser humano:
comer
hasta reventar, poner a alguien por las nubes, echar humo o echar chispas
(cuando uno está muy enfadado), subirse por las paredes, ahogarse en un vaso de
agua, agarrarse a un clavo ardiendo, tirar la casa por la ventana, romper una
lanza por alguien, rasgarse las vestiduras, apretarle las clavijas a alguien,
llorar a moco tendido, morirse (o desternillarse, o escacharrare, o mondarse, o
partirse, o troncharse) de risa, ponerse morado o ciego (de tanto comer), comerse
vivo a alguien, hacer castillos en el aire, perder los estribos (y los papeles,
y también el culo, con perdón), dar sopas con honda, dejarse la piel en un
asunto, beber los vientos por alguien, ver los cielos abiertos…
Y
la más cruel e incomprensible de todas: matar el tiempo (que es lo único que tenemos).
En una ocasión escribiste:.... el tiempo que se remansa un instante antes de continuar.
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