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viernes, 18 de marzo de 2016

Lustre y prestigio del pesimismo

Los budistas sostienen que hay ciento veintiún estados de conciencia, y que, entre estos, solo tres están relacionados con la desgracia y la tristeza.
Y qué extraño y curioso que esos tres estados sean el centro de interés del noventa por ciento, y me quedo corto, de la literatura y el arte occidentales, especialmente de los dos últimos siglos. Pues, en efecto, si hay un sentimiento que defina esa literatura y ese arte, y la cultura toda en general, no es otro que el pesimismo. Un pesimismo que, según las modas y corrientes, se reviste o se adorna con diferentes nombres y ropajes: soledad, tristeza, desengaño, inquietud, desilusión, melancolía, desesperanza (y desesperación), ansia, desazón, congoja, pesadumbre, búsqueda, desasosiego, zozobra, decepción, rebeldía, insatisfacción, fracaso, tedio, hastío, resentimiento, frustración, dolor, sufrimiento, angustia, infelicidad, descontento, inadaptación...
Especialmente en la literatura, desde el romanticismo hasta nuestros días, y muy en particular en el caso de la novela moderna, definida por L. Goldman como "la búsqueda de valores auténticos por parte de un individuo problemático en un mundo degradado".
En efecto, el mundo que en ella se describe y retrata es esencialmente, si no caótico, por lo menos inquietante y misterioso; de ahí que prevalezca en la mayoría de los casos una perspectiva desengañada y pesimista, además de crítica. Baste con repasar algunos de los autores de más renombre, que reflejan en sus obras la crisis de valores de la sociedad contemporánea: el fracaso amoroso que conduce al suicidio en Los sufrimientos del joven Werther, de Goethe; la insatisfacción interior que lleva a la protagonista al mismo final en Madame Bovary, de Flaubert; las situaciones angustiosas por las que pasan la mayoría de los personajes de Dostoievski; el sentimiento del absurdo que preside las creaciones de Kafka y de Camus; el encumbramiento, en fin, de la figura del antihéroe, del perdedor, del inadaptado, como personaje central de la narración y emblema o símbolo representativo de la sociedad.


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