Quizá
ya no tenga uno edad para hablar de esas cosas, del futuro sobre todo, pero sí
por lo menos humor para fantasear un poco con ellas, con lo que queríamos ser y
adonde soñábamos, y soñamos todavía acaso, con llegar.
Se
hablaba un poco de esto en uno de los relatos de mi libro Años de guardar, el titulado Alter ego, del que reproduzco el fragmento que sigue:
De
niño quería ser tocador de campanas: ¡vivir en un pueblo grande que tuviera
muchas torres, a ser posible con veleta, y subir cada hora a una a repicarlas y
llenar el aire de golondrinas asustadas, y los días de fiesta voltearlas y que
brincara su sonido por las hondonadas de los valles y los picos de las
montañas!
Quise
luego ser pastor de ríos, y apacentar las aguas con una vara de salguera
escuchando su canción corriente abajo hasta dejarlas recogidas en el redil azul
del mar.
De
joven me hubiera gustado estudiar para jurisconsulto y librepensador. [...]
Soñaba
en la edad adulta más laboriosa con ser un oficinista melancólico que viviera
en un país lluvioso y se pasara las horas sentado a una mesa llena de papeles
cerca de una ventana viendo discurrir las nubes grises por el cielo y a la
gente afanosa por la calle, o campesino ocioso en una aldea entregado por el
día a revivir las labores propias de cada estación –sembrar memoria, dorar
tiempos, vendimiar palabras, carpintear aperos-, y por la noche a ponerles
nombre a las estrellas.
De
mayor quiero ser vendedor de sueños, y comprar con las monedas que gane una
casa con jardín pastoreada por todos los vientos y vivir en ella pobremente en
la sola amistosa compañía del silencio.
Y,
también cuando sea mayor, quiero llevar un blog para escribir en él las cosas
que se me vayan ocurriendo, un blog parecido a este que hoy cumple cien
entradas.
Espero que cuando seas mayor pueda estar leyéndote y seguir sacando entradas para la cartelera del blog.
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