Un sueño
En la pizzería, de pie junto a la barra,
escucho esta conversación entre uno de los camareros y el que aguarda a mi lado.
Los dos son muy jóvenes y lucen peinado a lo gallo.
–Jo, tío, cuánto
tiempo... ¿Qué tal?
–Pues mira, tirandillo...
–responde el camarero–. ¿Y tú?
–Psssche, así así... -contesta
el otro.
–¿Tienes curro?
–Sí, de escoba en unos
almacenes, limpiar y todo eso, tres días a la semana, y los viernes y sábados en
un súper, para llevar los pedidos...
–Bien, ¿no?
–Es lo que hay...
El camarero acude solícito a servir una mesa y
se hace una pausa.
–Aunque no sé, a lo
mejor un día de estos cambian las cosas... –prosigue mi vecino cuando el camarero regresa.
–¡Anda! ¿Y eso?
–Nada, que mañana me
voy a entrevistar para un curro decente, de repartidor...
–¿De repartidor?
–Sí, pero con una
furgoneta...
–¡Vaya!
–Y llevándola yo, yo
solo...
–Más trabajo,
entonces...
–Me da igual, la cosa
es ir a tus anchas, y conduciendo...
–Bueno, si te gusta...
–¡Es mi sueño! ¡No te
digo nada si se cumpliera!
–Puede ser...
–¡El primer día en cuanto
tenga un rato me doy con ella una vuelta por el barrio, para que se enteren
algunos...!
El camarero, requerido en la otra punta de la
barra, ensaya un gesto de disculpa.
–¿Otra birra? –le pregunta nada más volver, pero el
interpelado se desentiende del ofrecimiento.
–Oye, y tú que
entiendes, dime a ver qué careto tengo que ponerme yo mañana, para
entrevistarme quiero decir...
Ahora que el muchacho ha despertado, se mira en el espejo de la furgoneta, y con el pelo a lo gallo continúa el reparto.
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