Todos
los profesores disponemos de nuestra particular colección de hallazgos en
materia de definiciones sorprendentes o respuestas originales. La mayoría
procede, claro está, de los exámenes escritos, en los que los alumnos, urgidos
por la prisa o acuciados por la necesidad de una buena nota, prefieren siempre
escribir algo a dejar el papel en blanco: una pregunta sin responder es casi un
estigma en los corrillos que se forman a la salida, y carga difícil de
sobrellevar para el cálculo anticipado de la nota.
Quizá
por ello todos los profesores hemos leído alguna vez respuestas que nos hemos
apresurado a subrayar, pero no tanto por lo desatinadas, sino por lo ingenuas,
ocurrentes y originales; respuestas equivocadas, sí, pero ingeniosas e
imaginativas, y que, por lo mismo, no merecerían la reprobación académica sino
el reconocimiento a la inventiva y la originalidad (y a veces pasaba eso,
que pesaba tener que poner una mala nota, o rebajar la puntuación, por una
contestación que, entre tanta repetición memorística, le arrancaba a uno una sonrisa
y le despertaba el buen humor).
Ya
conté aquí en este blog un par de ellas, memorables ambas por la gracia y
chispa que encierran: la de que Cervantes inventó el vermut, y la de que San
Gregorio es palabra derivada de sangre.
Añado
hoy otras cinco de mi cosecha, todas, pueden creerme -lástima que no conserve
las pruebas-, absolutamente verídicas:
1
Monólogo es un mono que habla solo (les había explicado el significado del
prefijo mono-, pero se conoce que no me entendió bien).
2
La Celestina fue escrita por Fernando de Rojas, que era un judío convexo (quiso
decir converso, pero se confundió de término).
3
El Lazarillo de Tomes fue un niño muy pobre que nació en un río y no tenía
padre.
4
La Regenta es una novela muy larga, de unas 800.000 páginas (la edición que yo
les había llevado a clase tenía unas ochocientas).
5
Franco era un señor que quemaba herejes.
Y
esta otra, propiedad del departamento de Historia, que circulaba por el instituto
como una leyenda: Lutero fue un escritor del siglo XV que escribió un libro que
se llamaba Lutero y yo, que es la historia de un hombre que tenía un burro y
andaban por ahí los dos...
Nostalgias
todas, al fin y al cabo, de la vida fresca en las aulas, hoy que se reanudan
las clases y se remueven allá en el poso del tiempo los viejos añorados quehaceres...
Al mosto se le añadía la madre para hacer el vino, y ese poso del que escribes está en lo que fueron tus alumnos.
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