Dicen
en las noticias, y no puedo dar crédito a lo que oigo, que el Cea se ha
desbordado y amenaza con inundar terrenos y algún pueblo. Imposible que un río
de nombre tan parco como su cauce se atreva a cometer tales desmanes.
Un
servidor lo conoce ben, desde la infancia como quien dice, y no, no me lo
imagino saltándose las márgenes y atropellando cultivos o anegando casas o
cualquier otro extravío semejante. Sí, como mucho, que se atreva a llevarse por
delante un chopo descuidado o unas matas de salgueras con las raíces al aire, o
a corretear sin permiso de su dueño por alguna finca colindante, pero nada más.
Dice
uno todo esto, y que lo conoce bien, porque el río Cea nace en mi pueblo, un
poco más arriba de las últimas casas, en las faldas del pico de Piedralagua.
Allí, de una peña y entre unos brezos, brota decidido el manantial, y discurren
enseguida sus aguas con buen ímpetu por el hondón angosto de un breve
desfiladero, a mitad del cual recibe lo que le sobra a la Fuente Rodriga,
enjaulada la pobre en una caseta por ser la que abastece al pueblo. Suelta
generoso lo regalado un trecho más adelante a la presa de El Quebradero, y otro
tanto hace luego con la de La Molinera. Aun así llega fresco y abundante a la
parte bajera del pueblo, por donde hace su aparición lamiendo los muros de la
escuela antes de pasar bajo el puente que le rinde homenaje (y justo en ese
espacio entre la escuela y el puente lavaban antes la ropa en un remanso las
mujeres, y de cada lavandera de roble hincada en la tierra salía de continuo
una pacífica flota de pompas de jabón que marchaba aguas abajo a explorar nuevos
horizontes).
No
ha acabado de dejar el pueblo y ya viene en su auxilio el río Mocoso, de limpio
cauce en contra de lo que su nombre pueda hacer pensar. Se pasea a continuación
un rato por la orilla de la carretera y se precipita al llegar a La Fábrica en
vistosa pirueta de no menos de cuarenta metros por la cascada del Gorgolón.
Ensimismado
en la paz de los prados de Las Solanas y El Sotico, y nada más rezarle unas
salves a la Virgen cuando pasa por delante de la ermita, le da la bienvenida al
arroyo de Retejerina que le trae ayuda de los montes circundantes.
Así
crecido y una pizca envalentonado entra en el término del vecino pueblo de
Prioro, en cuyo nombre le ofrenda los primeros dones el arroyo de Valledrao.
De
esta guisa, con porte más bien modesto y un caudal que pocas veces llega a
mediano, se dispone a asomarse al ancho mundo que le aguarda tras el
desfiladero de Las Conjas.
Por
los mapas sé que, pasado Sahagún, todavía en la provincia de León, y luego de fisgonear
un trecho en la de Valladolid y atreverse a entrar en la de Zamora, entrega sus
aguas a las del Esla, nacido como él en la vertiente leonesa de la Cordillera
Cantábrica, y que por el camino recibe también otros arroyos y algún riachuelo,
pero todos de caudal muy discreto y nada revoltosos ni levantiscos.
¡Conque
cómo voy a creer que un río como el Cea, pacífico de por sí, y de origen tan
humilde, vaya a ser capaz de desmandarse de esa manera que dicen en las
noticias!
Te has sentado en el peñasco que avanza sobre el riachuelo, y te has dejado llevar por el agua del Cea, no te creas las noticias, estas solo sirven para los que no conocen el río.
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