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jueves, 4 de junio de 2015

Domingo por la tarde

Una tarde de domingo de primavera de mil novecientos sesenta y muy pocos. Vuelvo a casa a buscar la merienda. Mi madre y mi abuela toman el sol en el poyo del corral. Es raro verlas así, sentadas y sin nada que hacer, tranquilas y despreocupadas de las labores. 
Los amigos se han ido cada uno para su casa y tardaremos un rato en volvernos a juntar.
Busco un libro para leer. Abro el armario donde se guardan, arriba en una habitación, y están los de siempre: la colección entera de El año cristiano, dos misales con las tapas negras y el canto de las hojas colorado, la Vida de santa Genoveva de Brabante y algún devocionario. Por un momento me dan ganas de hacer como mi amigo Dalmacio, que, cuando se aburre, sube al corredor de su casa y se pone a leer el misal en latín en voz alta. No entiende nada, pero dice que el latín leído en voz alta suena muy bien, como si las palabras tuvieran música.
En el cuarto que hace de despensa, encima de un arca, se apilan las revistas a las que están suscritos en casa. Las hojeo: El pan de los pobres tiene un título muy bonito pero no trae santos y la letra es muy pequeña; de El promotor de la devoción a la Sagrada Familia solo me gustan los chistes, aunque dicen los mayores de las escuela que son muy malos; El reinado social del Sagrado Corazón de Jesús sí trae santos, y el papel es liso y brillante, pero habla siempre de lo mismo; El buen consejo, que dicen todos que trae buena lectura, lo miré ya el día que lo trajo el cartero.
Como la tarde es muy larga, resuelvo que la puerta del portal es la portería, hago una pelota de papel y me entreno con ella a tirar penaltis y rematar de cabeza.    
¡Chuta Di Stefano…, y gol!
¡Remata Puskas…, y al poste!

1 comentario:

  1. Han pasado muchos Dalmacios por la vida, me incluyo entre ellos, misa cantada de difuntos, dos o tres chiquillos sin misal, aquello solo servía para recibir al terminar la misa algunas perras gordas.

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