Fernando Pessoa
Este sábado pasado, 13 de junio, se cumplieron
los ciento veintisiete años del nacimiento de Fernando Pessoa, que vio la luz
en Lisboa ese mismo día de 1888.
Poeta solitario y retraído, forjó su obra al tiempo que trabajaba como
modesto oficinista y traductor comercial.
Pessoa recurrió a distintos heterónimos -nombres ficticios de su propia
invención, de personalidad y estilo poético diferentes- para firmar parte de su
obra. Incluso llegó a inventar la biografía de cada uno de ellos: Alberto
Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Fernando Pessoa, que en este caso sería
su ortónimo.
En prosa escribió el famoso Libro de desasosiego, atribuido también
a otro heterónimo, Bernardo Soares, y que es una mezcla de diario íntimo,
ensayo y prosa poética.
Y qué mejor manera de recordar y rendir homenaje a un poeta –y Pessoa ha
sido sin discusión uno de los más grandes de nuestra época– que leyendo sus
versos, esos dones que siempre estarán ahí aguardando unos ojos:
Ojalá fuese el polvo del
camino
Ojalá fuese los ríos que
corren
y hubiese lavanderas a mi
orilla...
Ojalá fuese los chopos de
la margen del río
y tuviera sólo el cielo
por cima y el agua por debajo...
Ojalá fuese el burro del
molinero
y él me pegase y me
quisiera...
Mejor eso que ser el que
va por la vida
mirando para atrás y
sintiendo dolor...
(El guardador de
rebaños, de Alberto Caeiro)
A veces, y el sueño es triste,
en mis deseos existe
lejanamente un país
donde ser feliz consiste
solamente en ser feliz.
Se vive como se nace,
sin querer y sin saber.
En esa ilusión de ser,
el tiempo muere y renace
sin que se sienta correr.
El sentir y el desear
no existen en esa tierra.
Y no es el amor amar
en el país donde yerra
mi lejano divagar.
Ni se sueña ni se vive:
es una infancia sin fin.
Y parece que revive
ese imposible jardín
que con suavidad recibe.
(Cancionero, de Fernando Pessoa)
Y en el mismo Cancionero aparece
esta célebre definición del oficio de poeta:
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es
dolor
el dolor que en verdad
siente.
En Lisboa, frente al café Brasileira, hay una escultura en bronce de Fernando Pessoa, si alguna vez te sientas en la silla que tiene al lado, él te recitará versos de algún poema, aunque lo haga fingiendo.
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