Leopardi,
el poeta de la infelicidad
El 29 de junio, día de san Pedro, del año 1798 nació
en Recanati uno de los más grandes poetas italianos y europeos, Giacomo
Leopardi.
Pasó su infancia y adolescencia poco menos que
recluido en su casa, bajo la férula de los padres y mortificado por la
impresión de sentirse siempre relegado, menospreciado y excluido. En las pocas
ocasiones en que traspasaba la puerta, se limitaba a vagar en soledad por las
calles y alrededores del tranquilo pueblo de Recanati.
En la noche amiga se desahogaba con la luna y las
estrellas, eternas confidentes:
Oh,
tú, graciosa luna, bien recuerdo
que
sobre esta colina, ahora hace un año,
angustiado
venía a contemplarte:
y
tú te alzabas sobre aquel boscaje
como
ahora, que todo lo iluminas:
mas
trémulo y nublado por el llanto
que
asomaba a mis párpados, tu rostro
se
ofrecía a mis ojos, pues doliente
era
mi vida: y aún lo es, no cambia,
oh
mi luna querida […]
Pese a la vitalidad que desbordaba su interior, la
existencia de Leopardi fue un páramo áspero de infelicidad, amargura e
infortunio. Y, como ocurre siempre, su extremada sensibilidad no le reportó
sino dolor y desventura.
Apartado del mundo, y como única defensa frente a
las ofensas de la vida, no le quedó otra salida que la de “acurrucarse”
(palabra que le gustaba mucho) en sí mismo en espera de que el paso del tiempo
fuese atemperando todas las intemperies.
Con el alma aterida por el sufrimiento, rotas las
ilusiones y privado de sosiego, buscó refugio en los libros y en la literatura,
y estas fueron las dos grandes pasiones con las que logró al menos asirse a la
supervivencia.
La melancolía tiñó sin tregua su escritura y su mirada,
como la que trasluce este poema memorable en el que expresó su deseo de
aprehender el infinito, de envolverse en la honda quietud de un mundo sin
límites, de anegarse en la inmensidad de lo eterno:
Siempre
caro me fue este yermo collado
y
este seto que priva a la mirada
de
tanto espacio del último horizonte.
Mas
sentado, contemplando, imagino
más
allá de él espacios sin fin,
y
sobrehumanos silencios; y una quietud hondísima
me
oculta el pensamiento.
Tanta
que casi el corazón se espanta.
Y
como oigo expirar el viento en la espesura
voy
comparando ese infinito silencio
con
esta voz; y pienso en lo eterno,
y
en las estaciones muertas, y en la presente viva,
y
en la música. Así que en esta
inmensidad
se anega el pensamiento:
y
naufragar es dulce en este mar.
La enfermedad –en forma de misteriosa e
inmisericorde tuberculosis- minó pronto su salud, había temporadas en que no
podía ni siquiera leer –apenas sus ojos podían soportar la luz- y, por si fuera
poco, hubo de soportar la afrenta de un cuerpo deforme con una joroba en la
espalda.
Derrotado por el destino y acostumbrado a la compañía
de la enfermedad, él mismo llegó a decir que vivía en Recanati como en un
sepulcro (su primera salida, a Roma, y con el renuente permiso paterno, tuvo
lugar en 1822, cuando Leopardi contaba ya 24 años) y que se había hecho viejo
antes de ser joven.
Las estancias prolongadas en Florencia, Pisa y
Nápoles atemperaron su soledad, pero no la desdicha íntima: “Ya no me considero
nada”, escribió. Y como el pájaro solitario que da título a uno de sus poemas,
optó finalmente por apartarse de la vida y mantenerse alejado de los demás, de
los hombres-pájaros que festejan las alegrías de la existencia convocados por el
tañido de las campanas.
Las mismas campanas que acaso tañeran por él cuando
la muerte vino a llamar a su puerta de Nápoles el 14 de junio de 1837, quince
días antes de que el poeta cumpliera los 39 años. Una muerte que él había
presentido, y no pocas veces deseado, como la hora de reposar:
Descansarás por siempre,
cansado corazón. Murió el engaño
que eterno yo creí. Murió. Bien
siento
que de amados engaños
no solo la esperanza, el ansia ha
muerto.
Reposa ya. Bastante
palpitaste. No valen cosa alguna
tus afanes, ni es digna de suspiros
la tierra. Aburrimiento
es tan solo la vida, y fango el
mundo.
Cálmate. Desespera
por última vez [...]
La efemérides literaria de hoy ha contribuido a saber más de este poeta.
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