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lunes, 1 de junio de 2015

El paso de las horas

Leo en la página 87 de El cura de Monleón (ed. Caro Raggio), una novela de Baroja publicada en 1936:

“Javier no había pretendido jamás ser cura de ciudad, ni aun de pueblo grande, sino cura de aldea; su ideal era vivir en la casa campesina amplia, cómoda y limpia, con su huerta y su jardín; nada de ambiciones ni de querellas; no aspirar, conservar libertad de espíritu y ver cómo pasaban las horas alegres o tristes, hasta el final. Vulnerant omnes, ultima necat, como se dice en las leyendas de algunos relojes del país vasco”.
                       
No está nada mal como ideal de vida, con ecos del beatus ille horaciano, el que se ha fraguado para sí este cura recién salido del seminario.

Y a quién no le gustaría pasar así las horas que hieren (vulnerant), que son todas, esperando con tranquilidad de ánimo esa última –el verbo necat es mejor no traducirlo– a la que alude la leyenda de los relojes de sol que cita el bueno de don Pío. 

1 comentario:

  1. El ensayo de hoy me ha llevado a desempolvar el beatus ille de Horacio, no podría imaginarse que dos mil años después un cura quisiera poner en práctica algún verso de su poema.

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