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lunes, 11 de mayo de 2015

Efemérides literarias

Un 10 de mayo como ayer, pero del año 1843, nació en Las Palmas de Gran Canaria Benito Pérez Galdós. De allí, en 1862, marchó a estudiar Derecho a Madrid, ciudad en la que residió el resto de su vida. Sus últimos años no fueron fáciles: pasó apuros económicos (para remediarlos, probó fortuna en el teatro), perdió la vista... En fin, lo de siempre. Murió en Madrid en 1920.
Además de su producción teatral -veinticuatro obras, sin demasiado éxito, algunas de ellas adaptaciones de sus novelas- y periodística, Galdós escribió setenta y siete novelas, a través de las cuales se puede reconstruir la vida española del siglo XIX.
Vale la pena recordar algunos títulos: Doña Perfecta (1876), La desheredada (1881), El amigo Manso (1882), La de Bringas (1884), Tormento (1884), Fortunata y Jacinta (1886-1887), Miau (1888), Tristana (1892), Misericordia (1897)... A estos habría que añadir los Episodios Nacionales, cuarenta y seis en total, en los que se propuso el ambicioso proyecto de contar en forma de novela la historia de España en el siglo XIX, desde los sucesos de Trafalgar (1805) y la Guerra de la Independencia (1808) hasta la Restauración (1875). Si no hubiera existido Cervantes, él sería nuestro primer novelista.
Supo como nadie llevar a los libros la vida de su tiempo. Retrató con la pluma las calles y los ambientes madrileños, y, por extensión, la sociedad española de la época, una sociedad pobre, moralmente mediocre, dominada por la hipocresía, la ineficacia administrativa y el "quiero y no puedo".
Sus novelas son, como quería Stendhal, “un espejo a lo largo del camino”. Todo lo que describe –escenarios, personajes, vidas individuales y comportamientos colectivos- es producto de la observación directa de la realidad. Con frecuencia, la historia privada de los personajes (y los hay inolvidables: Isidora Rufete, la protagonista de La desheredada, que, influida por las novelas de folletín, cree ser una huérfana abandonada por una familia aristocrática; el profesor Manso de El amigo Manso, posible álter ego del autor; Maximiliano Rubín y las dos mujeres cuyos nombres dan título a Fortunata y Jacinta; el cesante Ramón Villaamil de Miau, uno de tantos empleados de la administración que perdían su trabajo cada vez que se producía un cambio de gobierno; la mendiga Benina de Misericordia…) se entrelaza con los grandes acontecimientos públicos de la nación.
La mayor parte de ellas se siguen leyendo hoy con gusto y provecho. Entre otras cosas porque –a pesar de que no lo parezca, y de que las descripciones sean a veces un tanto largas y farragosas, como era obligación y costumbre en la novela decimonónica, y de que los diálogos se resientan en alguna ocasión de falta de naturalidad- porque escribía muy bien, mejor de lo que algunos pensaron (y estoy pensando en los que la tomaron con él, como Valle-Inclán, que le llamó aquello de ‘don Benito el Garbancero’ en Luces de bohemia, tan poco elegante, y en otros más cercanos, como Juan Benet, que no ocultó nunca el desdén que la obra de Galdós le merecía y no dudó en utilizar su nombre como estandarte de sus fobias literarias).
Por cierto que sus enemigos en vida –los ideológicos y los políticos, que de unos y de otros tuvo muchos en aquella vieja España del cambio de siglo- se confabularon para impedir que la academia sueca le concediera el premio Nobel, tan merecido, premio que sí le otorgaron, en 1904, a José de Echegaray, y poco después de morir él, en 1922, a Jacinto Benavente: ¿quién ha oído hoy hablar del primero, y quién lee al segundo?
Será a lo mejor por todas estas cosas por lo que don Benito Pérez Galdós, de talante abierto, comprensivo y liberal, nos sigue pareciendo a muchos un notabilísimo escritor y un tipo simpático, cercano y entrañable.


(Me gustaba explicar a Galdós en clase, y procuré siempre que les cayera también simpático a los alumnos. Y cómo expondría lo que arriba he resumido, o qué más diría de él, que una alumna, en un examen, escribió lo que sigue –lo recuerdo perfectamente, y creo ser fiel del todo a sus palabras-: Benito Pérez Galdós se pasaba los días paseando por las calles de Madrid, hablando con la gente, sobre todo con las porteras y los vendedores del mercado, que son los que mejor enterados están de todo lo que pasa, y después con lo que le contaban escribía sus novelas.
Se podrá decir de otra manera, pero no con tanta convicción. Seguro que solo por esa frase le subí dos o tres puntos en la nota.)

   

3 comentarios:

  1. Mi pescadero del mercado, Paco, es la economía aplicada, le pregunto: Paco ¿como está la actividad este mes de Mayo? mal, me contesta, hay comuniones y no queda dinero para comprar pescado. Espero tengas en cuenta este añadido al examen y me subas alguna décima, lo necesito para la selectividad.

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    1. Lo tendré en cuenta, Mariano, tres puntos por lo menos. Y gracias por tu perseverancia en el apoyo.

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    2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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