Hablaba
el otro día de que las palabras responden a una convención, y de que los
nombres de las cosas son, por consiguiente, arbitrarios. Esto, que es verdad, y
sirve para casi todas ellas, tiene, como todo en la viña del Señor, sus
excepciones: en el caso que nos ocupa, las onomatopeyas, que son esas palabras
cuyo sonido imita o sugiere o copia o
reproduce la realidad que designan.
Ya
es bien curioso que algunas de las onomatopeyas más usuales se refieran al acto
mismo de hablar, y, más específicamente, cuando este se hace atropelladamente o
en voz baja y como en secreto: cuchichear, bisbisear, farfullar, rezongar,
refunfuñar, sisear, chistar… Y, aunque de etimología latina, también, en cierto
modo, murmurar, susurrar, musitar, mascullar… Unos y otros verbos, con sus
correspondientes sustantivos: cuchicheo, bisbiseo, murmullo, susurro, etc.
Otras
hacen referencia a ruidos, como chasquido (y chascar), zumbido (y zumbar), chirrido
(y chirriar), chisporroteo (y chisporrotear) tintineo (y tintinear), chapotear (el agua), rechinar, castañetear
(los dientes)… Y el gluglú del agua, el tictac del reloj, el runrún del tráfico, el tantán de la
campana, el tararí de la trompeta y de la palabra dicha en tono de burla o para
expresar disconformidad, el retintín de un cuerpo sonoro y el tonillo con ánimo
de zaherir, el cataplum de una explosión…
La
lista es amplia y abarca todos los campos: burbuja (y burbujear), chispa, cachivache,
chisgarabís, tiritar, titilar, zigzag, catapum o catapún (del año o del tiempo
que ni se sabe, de tan antiguo)…
Estarían
también, claro, las palabras que imitan la voz de los animales, como el maullido
del gato, el cacareo de la gallina o el quiquiriquí del gallo.
Este,
el quiquiriquí del gallo, que nos parece un vocablo tan apropiado y natural,
por lo bien que se ajusta al sonido que el rey del corral emite, resulta que se
dice en inglés cock-a-doodle-doo, y
en francés cocorico, y en japonés kokekokkoo… ¿Será que los gallos no
cantan igual en todas partes? ¿Lo harán de forma diferente por un prurito
nacionalista, o para adaptarse cada cual a la gramática de su país? ¿O es esta
última, la gramática, la que ajusta y acomoda a sus intereses patrióticos el
canto del gallo?
En una ocasión una criatura que vive en un espacio rural me preguntó, ¿tú sabes porque los gallos cantan siempre lo mismo?, no sé le contesté, pués mira, eso es el resultado de que la melodía se la saben de memoria.
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