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viernes, 15 de mayo de 2015

Efemérides literarias

Emily Dickinson 
El 15 de mayo de 1886 moría en Amherst (Massachusetts), el mismo pueblecito cercano a Boston donde había nacido en 1830, Emily Dickinson.
Hija de un prestigioso abogado, por el que sintió siempre un profundo respeto, se educó en un ambiente rígidamente puritano. Una decepción sentimental la empujó a llevar una vida solitaria y retirada en su casa familiar. Vestida siempre de blanco -parece que en homenaje a su platónico amor perdido-, las tareas domésticas y la escritura de sus poemas constituyeron durante toda su vida su única ocupación. (Cuando en cierta ocasión le preguntaron por qué no salía a recorrer mundo, contestó que el simple hecho de existir ya le bastaba, que con eso tenía bastante.) La muerte de su padre acentuó su soledad y retraimiento, lo que no impidió una segunda experiencia amorosa, también de tinte platónico.
Como tantas veces ocurre, en vida solo pudo ver impresos dos poemas, nada más. Cuatro años después de su muerte, en 1890, su hermana Lavinia logró publicar un volumen con ciento quince, al que siguieron posteriormente diferentes recopilaciones. Pero hubo que esperar aún un tiempo, hasta la década de 1920, para que su poesía obtuviese el reconocimiento público de críticos y lectores. Hoy, la obra de Emily Dickinson –unos mil seiscientos poemas, la mayoría de corta extensión- es unánimemente reconocida como una de las cumbres de la lírica norteamericana.
En correspondencia con su vida apartada y discreta, su poesía es del todo extraña a las corrientes literarias de su tiempo y de su país, tan extraña que pocos de sus contemporáneos llegaron a pensar que pudiera ser algún día publicada. Respirando siempre el mismo aire de las colinas de Amherst, paseando por su jardín y escribiendo en su habitación, Emily Dickinson encontró en las pequeñas maravillas y tragedias de la existencia el tema de su quehacer poético. Con una caprichosa abundancia de guiones, comillas y mayúsculas, sus poemas, moldeados siempre por la idea y el sentimiento, hablan del sufrimiento y del miedo, de la angustia y de la duda, de la muerte, pero también del júbilo de vivir, del asombro ante los misterios del mundo, de la esperanza y de los sueños. El laconismo, el ritmo entrecortado, los destellos intuitivos que sacuden como un escalofrío la aparente simplicidad formal son algunos de sus rasgos más característicos.

 
¡Soy Nadie! ¿Quién eres tú?

¿Eres tú... Nadie... también?
¡Entonces ya somos dos!
¡No lo digas! Nos desterrarían, ya sabes.

¡Qué terrible ser... Alguien!
¡Qué público, como una rana,
decir tu nombre, todo el santo junio,
a una charca en admiración!
            (Traducción de José Mª Valverde)



                                   Un sueño largo, largo, un famoso sueño,
                                   que señales no da de que se está acercando
                                   el día, pues no mueve ni un párpado el durmiente:
                                   un sueño independiente y apartado.
                                  
                                   ¿Pereza como ésta se vio nunca?
                                   En orilla de piedra,
                                   bajo el calor, dejar pasar los siglos
                                   y ni una vez mirar si el mediodía llega.
                                               (Traducción de Marià Manent)

Morir no duele mucho:
nos duele más la vida.
Pero el morir es cosa diferente,
tras la puerta escondida;

la costumbre del Sur, cuando los pájaros
antes que el hielo venga,
van a un clima mejor. Nosotros somos
pájaros que se quedan:

los temblorosos junto al umbral campesino,
que la migaja buscan,
brindada avaramente, hasta que ya la nieve
piadosa hacia el hogar nos empuja las plumas.
                        (Traducción de Marià Manent)
                                                


1 comentario:

  1. Llamarse Nadie a Ulises le sirvió para salvar la vida, a Emily Dickinson para comenzar un poema.

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