En los sembrados verdean los tallos del trigo, el campo se viste de
flores, compiten con sus cantos la calandria (alondra) y el ruiseñor, los enamorados
no ocultan que lo están.
El mundo es para todos los que en él habitan un lugar alegre y placentero.
Excepto para un pobre prisionero que, encerrado en la oscuridad de
alguna mazmorra, se siente triste y desdichado. Las horas serían una sombra
negra inalterable, y el tiempo una noche eterna, si no fuera por una avecilla
que le anuncia con su canto el milagro diario del amanecer. Con ese mensaje, el
único que le llega del mundo tan lejano, se sustenta.
Un mal día, la avecilla deja de cantar. Y el prisionero, resignado –qué
otra cosa puede hacer–, se atreve a desearle un castigo divino al ballestero
que se la mató.
Esto es lo que cuenta, con la sencillez y contención expresivas que
caracterizan a la poesía anónima tradicional, el romance que transcribo a
continuación, uno de los más bellos del Romancero
viejo anterior al siglo XV.
Romance
del prisionero
Que
por mayo era, por mayo,
cuando
hace la calor,
cuando
los trigos encañan
y
están los campos en flor,
5 cuando
canta la calandria
y
responde el ruiseñor,
cuando
los enamorados
van
a servir al amor,
sino
yo, triste, cuitado,
10 que
vivo en esta prisión,
que
ni sé cuándo es de día
ni
cuándo las noches son,
sino
por una avecilla
que
me cantaba al albor.
15 Matómela
un ballestero;
déle
Dios mal galardón.
3 encañar: empezar el tallo del trigo a convertirse en caña
9 sino yo: excepto yo; cuitado:
desdichado
14 al albor: al amanecer
¿Qué será del prisionero sin su avecilla mensajera? ¿Quién le anunciará
el amanecer?
¿Cómo se sobrelleva una vida no sabiendo “cuándo es de día ni cuándo las
noches son”?
El prisionero estará más prisionero a pesar de la maldición al ballestero, el resto de los mortales tenemos más suerte, un romance de versos.
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